Partiendo de Gödel, cualquier sistema complejo que intente establecerse sobre axiomas está condenado a contener proposiciones en apariencia verdaderas, pero cuya falsedad o verdad no pueden ser verificadas dentro de ese sistema.
Ese sistema complejo puede ser, por ejemplo, las matemáticas.
Según Gödel es necesario introducir un nuevo axioma, externo al sistema, para confirmar o negar cada proposición. El problema es que cada vez que se introduce un nuevo axioma en el sistema se crean nuevas proposiciones cuya verdad o falsedad no pueden ser demostradas.
Es como si intentáramos saber lo que hay detrás de una puerta cerrada sin abrirla. Utilizamos un aparato (el nuevo axioma) que nos permite resolver nuestra duda, pero ese aparato crea a su vez una nueva puerta. Desconocemos lo que hay detrás de esa nueva puerta, y el aparato no sirve, necesitamos otro.
Esto significa que las matemáticas son “incompletas” por naturaleza. Esa ilógica fundamental no impide que las matemáticas prosigan su camino. Para ello un matemático debe refugiarse en algo esencial, pero poco matemático, el sentido común.
Ese sentido común concede a las matemáticas la posibilidad de ser el fundamento de una parte de nuestra realidad, haciendo que los edificios no se derrumben, los aviones no se caigan y puedan existir procesadores de textos. Aquí la teoría debería colisionar con la práctica, pero la práctica ha decidido ignorar a la teoría.
Algo parecido ocurre con la literatura. No existe ningún fundamento para ella. No hay proposiciones que verificar, ya que como proposiciones carecen de lógica.
En ese sentido la literatura es la noche o el vacío. Sucede, y los lectores respondemos con felicidad o desagrado ante una página, pero no existe ningún método para demostrar nada.
Escribimos un elogio del silencio, una novela apaciguada o violenta, un libro que contiene infinitos libros, un poema sobre el cuerpo deseado o un ensayo sobre las paradojas, pero todo pertenece a un juego sin reglas, a una sucesión de experimentos que no pueden dar resultados objetivos, que para unos son medicina y para otros son veneno.
Me gustaría alcanzar un consuelo, un alivio, pero no existe.
Quizá lo mejor de la literatura es precisamente eso, que se trata de un espejismo. Mientras perdura esa imagen, mientras nos impulsa una sed, todo parece tener sentido.
Esta tarde, por ejemplo, puede ser literatura. Este sol leve que se posa en las aceras está llenando la ciudad de sílabas. Este silencio que sucede ahora y siempre, esos adolescentes en sus bicicletas, la ventana desde la que veo el colegio, este libro de Andrade que me acompaña sobre la mesa, todo es un espejismo y una fiebre. Sucede y no sucede al mismo tiempo.
Ese sistema complejo puede ser, por ejemplo, las matemáticas.
Según Gödel es necesario introducir un nuevo axioma, externo al sistema, para confirmar o negar cada proposición. El problema es que cada vez que se introduce un nuevo axioma en el sistema se crean nuevas proposiciones cuya verdad o falsedad no pueden ser demostradas.
Es como si intentáramos saber lo que hay detrás de una puerta cerrada sin abrirla. Utilizamos un aparato (el nuevo axioma) que nos permite resolver nuestra duda, pero ese aparato crea a su vez una nueva puerta. Desconocemos lo que hay detrás de esa nueva puerta, y el aparato no sirve, necesitamos otro.
Esto significa que las matemáticas son “incompletas” por naturaleza. Esa ilógica fundamental no impide que las matemáticas prosigan su camino. Para ello un matemático debe refugiarse en algo esencial, pero poco matemático, el sentido común.
Ese sentido común concede a las matemáticas la posibilidad de ser el fundamento de una parte de nuestra realidad, haciendo que los edificios no se derrumben, los aviones no se caigan y puedan existir procesadores de textos. Aquí la teoría debería colisionar con la práctica, pero la práctica ha decidido ignorar a la teoría.
Algo parecido ocurre con la literatura. No existe ningún fundamento para ella. No hay proposiciones que verificar, ya que como proposiciones carecen de lógica.
En ese sentido la literatura es la noche o el vacío. Sucede, y los lectores respondemos con felicidad o desagrado ante una página, pero no existe ningún método para demostrar nada.
Escribimos un elogio del silencio, una novela apaciguada o violenta, un libro que contiene infinitos libros, un poema sobre el cuerpo deseado o un ensayo sobre las paradojas, pero todo pertenece a un juego sin reglas, a una sucesión de experimentos que no pueden dar resultados objetivos, que para unos son medicina y para otros son veneno.
Me gustaría alcanzar un consuelo, un alivio, pero no existe.
Quizá lo mejor de la literatura es precisamente eso, que se trata de un espejismo. Mientras perdura esa imagen, mientras nos impulsa una sed, todo parece tener sentido.
Esta tarde, por ejemplo, puede ser literatura. Este sol leve que se posa en las aceras está llenando la ciudad de sílabas. Este silencio que sucede ahora y siempre, esos adolescentes en sus bicicletas, la ventana desde la que veo el colegio, este libro de Andrade que me acompaña sobre la mesa, todo es un espejismo y una fiebre. Sucede y no sucede al mismo tiempo.
Esa sed tiene una música, las matemáticas la cuentan; la literatura, también. No se demuestra nada, se muestra, se descubre, se le da la vuelta, se construye con ella otra cosa que "cuadra" extrañamente con nuestra sed o chirría, o que golpea el desconcierto para nada. No todo es espejismo, a veces se consigue otra forma de verdad (me parece).
ResponderEliminarPero tú estás aquí, existes... Continúa el poderoso drama, y tú puedes contribuir con un verso.
ResponderEliminar(Espero que el difunto poeta me perdone la licencia de trastocar tanto uno de sus mejores poemas. No recuerdo las palabras exactas, pero pensé que venía al caso después de leer esta enigmática página.)
Pd. El relato me encantó... No quería pecar de pretencioso, pero ya puestos, te confieso que de un modo algo lejano me he sentido identificado con el denostado aspirante a escritor y sus últimos aforismos.
Saludos otoñales...
D.
Qué maravillosa reflexión que arranca de lo matemático y acaba empapadita de poesía.
ResponderEliminarA mí hay una cosa que me dio que pensar: retomé una versión antigua de un texto olvidado,sin darme cuenta de que tenía otra más actual, y cuando fui a corregirla hice exactamente las mismas correcciones que entonces. Como si estuviera resolviendo una ecuación.
Saludos.
Qué decir de este texto tan bien argumentado. Sólo cabe leerlo y reflexionar-lo. El desarrollo de la mente humana es ilimitado y lógico y ascendente.Entonces se trata de una sucesión de espejismos tan variados como para acercarlos a cada piel. Sigo aquí todas las semanas, aunque no lo parezca. Sigues siendo imprescindible, sí, aunque imprescindible sea una de esas palabras perecedera.
ResponderEliminarUn placer siempre, lo sabes...
La primera vez que paso por tu blog, desde luego que no, la última.
ResponderEliminarBellísima entrada.
P.C.