"Obstaculum" de Frederik Geschlossen (2)



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Pero es posible otra lectura, no menos asombrosa, del Obstaculum. No debemos olvidar una posible explicación de este libro inexplicable. Tal vez el magma de signos sin orden que presenta el escritor alemán en su novela encierre un orden imprevisto, una lógica que aún no hemos conseguido descifrar, una ontología oculta o una ecuación enterrada tras un mapa de acertijos que a su vez se cubre con el maquillaje del galimatías.

Geschlossen podría habernos ofrecido, como apéndice del libro, un código de desencriptación que nos permitiera encontrar esos tesoros, aunque también sabemos que eso hubiera representado condescender con el significado, con el satánico sentido, y que el autor nunca se hubiera perdonado esa traición estética.

Tampoco podemos descartar que esa turba de signos pueda carecer de una premeditación, de una alevosía creativa. Geschlossen estaría entonces jugando una partida muy distinta con el lector. Siguiendo esa lectura el Obstaculum dejaría de ser la obra fundacional del novohermetismo, para serlo del novohermetismo satírico. El no-mensaje de la novela se transformaría en un mensaje negativo, en la insoportable denegación de todo lenguaje, en el intento –poco novedoso– de incendiar cualquier orden (gramatical, narrativo o moral) y de provocar al lector, de zarandearlo con gusto, de apalearlo en silencio y sin motivo, de enfermarlo mientras dura la tortuosa lectura de esta antinovela.

Si mi sospecha es cierta, la novela de Geschlossen es la primera distopía que tiene como protagonista al lenguaje. Bajo esa luz el Obstaculum mostraría el estadio futuro de un idioma universal (y universalmente degradado y absurdo), y ante esa panorámica sólo podemos sentir náuseas o callar.

Y ese silencio del lector, ese no poder decir nada, ni a favor ni en contra de lo expuesto en el libro (contraviniendo así uno de los principios de la literatura, según Eliot), ese hueco verbal y semántico de 772 páginas que es la novela, esa horda de letras exhaustas que dejan al lector ante el abismo de la perplejidad, es sin duda el propósito de la atrevida apuesta de Geschlossen.

No es indigno señalar el virtuosismo del alemán cuando utiliza los signos de puntuación en su obra, un uso que le permite no eliminar las ambigüedades del texto, que es uno de los fundamentos tradicionales de la puntuación, sino añadir ambigüedades y desconciertos. De esta forma el Obstaculum abre ante nuestra mirada extensas topografías silenciosas que no podemos leer. Veamos un ejemplo, página 347: “&**(/¡);;#3¨´?,,¿-+” Si olvidamos la interrupción, tan expresiva, de ese 3, la secuencia es armoniosa, cálida y nutritiva.

Futuros filólogos, cargados con conocimientos que nosotros aún no podemos atisbar, dentro de no muchos siglos conseguirán traducir este libro. Estoy seguro.

Alguna mente pueril podría concluir que el invento de Geschlossen es un coloso de cartón piedra, un monumento gratuito que habitará las bibliotecas sin dejar otra huella que alguna sonrisa desinteresada. Pensar así es no ver las capacidades de este libro, la multiplicidad de lecturas que encubre su ausencia de significado, la refinada ironía que nos entrega.

De alguna forma este libro es un espejo de la inteligencia humana y del verdadero genio creativo. Por eso no hay en él nada que no sea patológico.

Tomemos sólo una cita del Obstaculum, página 691, donde podemos no-leer este pavoroso paréntesis: “ (rk¨£^ ach, .VI~æ9 su ;;; ¡¿! ঙল ex+Ƌ-Ə=ƛE eƱ::)”

¿Qué decir ante tanta belleza?

Símbolo del símbolo, esos signos lo representan todo, y en ellos, y en cualquier parte infinitamente pequeña de ellos, está el infinito, y nosotros en él, dando vueltas en el tiovivo mal engrasado, escuchando la música de feria mientras leemos sin leer la indigesta y cegadora historia de nuestra vida, que no es otra que la encerrada en el Obstaculum de Frederik Geschlossen.