Fuera del mundo


Légamo
José Luis García Martín
Pre-Textos


Tener más enemigos que lectores, haber publicado antologías que parecían disgustar a todo el mundo, escribir reseñas sin eufemismos, no confundir el brillo de una firma con el de una obra, y publicar unos diarios donde no escasea la burla de los vanidosos y el ácido retrato del mundo literario, esos parecen ser los pecados de García Martín, a los que sus enemigos añadirán muchos otros que yo ignoro.

A esos pecados se suma la publicación contumaz de algunos libros de poesía, habitualmente recibidos con un generoso silencio.

Pero un lector no debe engañarse, no debe esconder el placer de una lectura por los intereses de una carrera literaria, que al final es siempre una carrera hacia ningún sitio. Esa debe ser la ventaja de no tener nada, que uno puede hablar de lo que le parece, sin medir las consecuencias.

El García Martín de Légamo se muestra casi siempre al borde del abismo, como si la vida fuera ya algo que no le pertenece, algo de lo que debe despedirse. En la mayoría de los casos evita el patetismo y consigue cifrar su dolor y su desapego, su miedo y su paz, con finales paradójicos que buscan la rotundidad.

No pocos poemas de este libro quieren ser la recreación de una pesadilla, como el titulado “El sueño de la vida” o “Siguen ahí”, una pesadilla que a veces coincide con la vigilia. Algunos de los poemas más certeros de este volumen caminan por ese territorio.

“Fuera del mundo” podría haber sido el título del conjunto, porque este es el libro de alguien que se aleja, pero no para escapar, sino para entender mejor este viaje insólito. “Fuera del mundo” es sin embargo un poema estremecido, y nada en él parece sobrar. En uno de sus versos entreveo la razón de esa página, acaso del libro, quizá también de muchas vidas: “El paraíso se llama no haber sido.” Y luego añade: “Dios lo creó cuando creó la nada.”

Un tema recurrente en este poemario son las palabras, su magia y su canibalismo. García Martín siente que las palabras le entregan el mundo, pero también le devoran las manos como un perro insaciable. En “Principio y fin” escribe: “Afiladas tijeras / en las manos de un loco / ahora las palabras. Yo les doy de comer / y ellas comen mi mano”.

La lectura que nos devuelve el primer sol, la primera felicidad, las sílabas que contienen casi todo lo que hemos sentido quienes nos hemos pasado la vida disfrutando de ese vicio, de eso hablan también estos poemas, centrados en el compulsivo placer de los libros.

“Ahora que sólo queda / la muerte por vivir”, podría ser el lema de este libro desolador, pero no desgarrado. García Martín evita las confesiones y prefiere las paradojas, las breves narraciones y la sobriedad, aunque los temas sean el miedo, la inexistencia y el olvido.

A García Martín no le molesta y no le preocupa repetirse, quizá porque intuye que todos estamos condenados a darle infinitas vueltas a unos pocos temas esenciales. Pero sus insistencias no siempre funcionan (algo parecido ocurre en sus diarios). Eso convierte este libro en un viaje desigual. Pero un poeta debe ser juzgado cuando acierta, y Légamo contiene algunas de las mejores páginas de su autor.

Este libro nos recuerda que es posible tener todas las respuestas y que ninguna importe; sostiene que aunque puedas aún leer el mundo en los libros, en verdad ya estás ciego; nos devuelve la voz de una madre que regresa y nos dice “duerme, no pasa nada”, pero no consigues dormir, porque el insomnio es más fuerte que el placebo materno, y más sólido el miedo que el recuerdo; señala que toda existencia es un espejismo, y que un hombre (como ya adivinó Thomas Browne hace algunos siglos) es todo el mundo, o no es nadie.

Un paseo onírico y cotidiano, a la vez jardín y páramo, ciudad de la mente, biblioteca y cloaca, asfaltado infierno y paraíso en fuga, todo eso nos ofrece este volumen que esconde algunos poemas que no olvidaré.


El humor de Sōseki


Botchan
Natsume Sōseki
Impedimenta


Muchas veces entendemos que la comedia y la retórica van unidas, que son primas hermanas. Ya Julio Camba demostró en sus artículos que el humor podía ser otra cosa, y que su práctica no requería del calambur o del retruécano. Natsume Sōseki escribe esta cáustica novela sin condescender nunca con el patetismo, tampoco con el juego de palabras o los malabarismos de la retórica.

Su estilo es casi telegráfico, incesante, sin descripciones alambicadas y sin sentimentalismos. La aparente frialdad del narrador contrasta con la vehemencia del protagonista, un joven egresado de la Universidad de Tokio, a la vez impulsivo e inocente, que consigue un trabajo como profesor de instituto en una remota provincia japonesa a principios del siglo XX.

Con esa mínima anécdota Sōseki levanta un cáustico retrato de su país, pero sobre todo de la mezquindad del ser humano.


En esta novela nadie se salva de la burla y de la catástrofe: los alumnos resultan ser unos salvajes orgullosos de serlo, los profesores son intrigantes, hipócritas o necios, el periódico local publica mentiras sin pudor, incluso el protagonista y narrador es un personaje contradictorio e injusto, y el resto de ciudadanos que aparecen en sus páginas no salen mejor parados.


Nos reímos con estas páginas, igual que nos reímos con las andanzas de Gulliver y con las sátiras de Monterroso, pero el regusto final es amargo. El ser humano que nos presenta Sōseki parece condenado a la violencia o a la huida para equilibrar tanta estupidez. Nos reímos, pero el objeto de esa carcajada somos nosotros mismos.