Un día en el bolsillo



Me acerco a las excavaciones de Ostia Antica, a una media hora en tren desde Roma. Paseo por las calles de ese cadáver urbano como si en lugar de recorrer el pasado estuviera paseando por el futuro de cualquier ciudad. En esto acabarán los lugares donde hemos dejado nuestras sombras, las calles que nos vieron nacer, aquella casa donde era posible madurar un silencio: todo lo que fuimos se disolverá en ruinas que dan sus últimas boqueadas entre la hierba alta. No veo angustia en esa desaparición, sino cordura. 

Durante unos días somos el confuso animal que pisa estas piedras y se atarea, justo es que seamos mañana putrefacción y alimento, que nos volvamos hormiga, aire para ese ciprés, tierra entre los ladrillos.

Paso junto a una necrópolis que tiene dos milenios como pasarán otros en el futuro junto a nuestros cementerios, preguntándose cómo éramos en verdad, que esperábamos de este juego, qué hambre nos empujaba a seguir. 

De la Puerta Romana, de época republicana, quedan unas jambas de mármol con figuras humanas y la idea de la puerta, pues a partir de ella comenzaba el muro que rodeaba la ciudad y que mandó construir Cicerón en el 63 a. C. Desde una terraza elevada veo los restos de las Termas de Neptuno, sus encorvados muros y la media docena de mosaicos que han sobrevivido a los siglos y a los saqueos. Es como si esas figuras de robustos atletas se aferraran al suelo con las manos antes de caer hacia el olvido.




Me alegra descubrir la Caserma dei Vigili, que es el parque de bomberos de la antigua Ostia, servicio creado para sofocar los incendios en los almacenes de grano. La Horrea di Ortensio era uno de esos almacenes, pero hoy sólo acoge hierba, insectos y unas pocas columnas resquebrajadas.

Recorro un teatro, el mitreo de las Siete Esferas y el mitreo de las Serpientes, la casa de Apuleius, una lavandería del siglo II, escucho un restregar de ropas, un soleado gotear, visito la calle de los talleres, los cónicos molinos de piedra que no podían descansar hace unos siglos y ahora duermen mudos, aunque a su alrededor es fácil imaginar a los mulos con los ojos tapados haciendo girar a la piedra, los hornos de leña sacando de sus bocas de fuego un pan que no imagino peor que el nuestro.

El día es tan feliz que uno siente no merecer un regalo así.

Quisiera uno detenerse en una esquina, entre las cornisas de mármol fracturadas y la hierba  nacida en los ladrillos, quisiera tener amistad con las moscas y los escarabajos, hacer tertulia con esos mirlos y esas hormigas, dejarse llevar por este silencio que sólo algún turista interrumpe.

Si pudiera uno llevarse en el bolsillo un día soleado y calmo, como se lleva uno de esos libros que nunca nos defraudan, entre todos yo me llevaría este día. Lo guardaría bien y siempre iría conmigo, y cuando venga otro día malencarado y dudoso, arrastrando los pies por la acera, yo sacaría este sol del bolsillo para exprimirle unas gotas, para beberme de nuevo este incendio feliz. 


2 comentarios:

  1. EL LIBRO TRATA DE
    El libro trata de los silencios, de por qué decimos esto y lo otro y no es sino una forma de ocultarnos de las palabras, de esquivar aquellas que nos definen, decimos una cosa y esa cosa no nos concierne, fue dicha para que no sepan quiénes somos, tal vez tampoco sepamos nosotros quiénes somos porque nadie nos ha explicado nada ni nosotros nos hemos explorado. El libro trata de cómo no queremos que nos descubran. De cómo no deseamos descubrirnos. De eso trata el libro.

    ResponderEliminar
  2. Al igual que se encontró en los bolsillos de Machado sus últimos versos: "Estos días azules / y este sol de la infancia". El deseo que has expresado, amigo, ha sido y es en muchas ocasiones el mío también. Como lector te agradezco muy sinceramente la belleza serena y sin alardes estridentes de estas hermosas páginas. Yo también me alegro de ser mortal y concreto. Un abrazo.

    ResponderEliminar