Sobre la imposibilidad de llegar

 


 

El amor por uno mismo debería implicar, por pura semejanza, el amor por los otros. Quien dice despreciar al otro en verdad a quien desprecia, y a quien teme, es a sí mismo.


“Lo más hondo no es íntimo: está afuera”, escribe Circe Maia. Ese verso es una sonriente impugnación del psicologismo. Dentro tenemos pantanos y grutas, y estamos como habitados por una multitud de interrogaciones que nos persiguen, pero fuera, si acaso alcanzamos a mirar con pureza, hay una multitud de multitudes, y allí todo es más complejo y más hondo.


Tener una convicción nunca fue suficiente. Esa luz se convertía pronto en una interrogación, y esa interrogación luego se disgregaba en miles de hipótesis. Además de una convicción he necesitado tener siempre una sólida desesperanza.


Meta es un sustantivo propio de estafadores. Nadie llega. La meta no existe, y si existe es porque se revela inútil.


Si supiera lo que voy a decir no lo diría. Sería como repetirme por escrito. Solo escribo para descubrir lo que necesito decir. Cuando lo descubro, justo en ese instante, se me revela que estoy equivocado. Lo que necesitaba decir era un error. Vivo y escribo sobre una montaña de errores. No me preocupa: los errores dicen más de nosotros que nuestros supuestos aciertos. El lector podría entender esto como un viaje absurdo, pero todo viaje es absurdo. Su fin no existe. El desplazamiento es irreal. Crees moverte de un lugar a otro, pero no has dado un solo paso. El conocimiento, cuando es auténtico, carece de motivo y de utilidad.


Vacila cuando camines: avanzar es proponer un engaño.


Ser insignificante ofrece grandes ventajas. La mayor es la invisibilidad.


 

Imagen: Alec Soth

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