Son unos niños, dice, como si fuera un insulto el serlo más allá de cierta edad, como si lo conveniente fuera no serlo, o aún peor, como si debiéramos limitarnos a ser un adulto, un serio, astuto, hinchado adulto.
Somos niños porque seguimos jugando, y al jugar evitamos esa decrepitud que algunos solo ven en el cuerpo. No importa el juego, solo jugar, porque al hacerlo alcanzamos a reírnos de nosotros y del mundo, y nada nos distrae de la verdad, que es la risa misma.
En ese reír está la absolución, porque al reír vuelve uno a ser niño y vuelve a confiar en la naturaleza. Eso es todo lo que le pido al día: volver, resistir.
El insulto es un sofá que venderán pronto en algún rastrillo, pero a este día nuestro lo exprimiremos bien, que no haya nada luego que vender, que solo quede esa nada que no se acaba nunca.
Que sean adultos los solemnes y los huecos, que hagan lo correcto y tengan muchas leyes para ocupar su ocio, yo prefiero esta nada del juego, estas virutas que van dejando las palabras por el suelo, estos vicios que comparto con cualquiera, esta muerte que se ríe conmigo mientras los dos nos vamos a jugar.
Compartiendo el deseo de Ricardo Reis: seamos alumnos de los niños, que sean ellos nuestros maestros. Al fin y al cabo, no hay aprendizaje ni creación sin una cuota de inocencia.
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