Un breve paseo con Chéjov




Chéjov nos dice en sus obras: aquí estáis en la intimidad y sin retoques. Esto es lo que sois. Decidme ahora que no somos lamentables, incoherentes y débiles. Decidme si el orgullo no es ridículo. Acaso un hilo de poesía servirá para beberse esta vida.

Tío Vania es una obra maestra en la que no sucede nada mientras sucede la vida. Los personajes que habitan la dacha sufren en silencio y sin tormento, no desean nada y no necesitan nada, caen una y otra vez, pero los golpes son invisibles. A veces se elevan, pero saben que nunca llegarán a nada, que son nada, como lo somos todos. Hojas que esperan su invierno, animales atemorizados que sobreviven en el bosque incomprensible de la existencia, desperdicios de una fiesta que nunca fue como soñamos.

Chéjov nos convence enseguida porque no nos engaña, porque no tiene prisa ni quiere aleccionarnos. Chéjov sabe que la literatura solo funciona cuando la historia, el drama, nos llega de forma indirecta. Es así como surge, sin darnos cuenta, como una medicina que estaba disuelta en el té, su arte para la sugerencia, esa corriente subterránea que recorre todos sus libros. Los dramas suceden fuera, o nos llegan cuando ya han sucedido, cuando no hay remedio. Vemos al personaje que expresa un sueño y cómo se desvanece luego, casi sin darnos cuenta; vemos los pasos de un deseo que pronto será rechazado. La gloria y el horror, si existen, están lejos, son como cartas que llegan desde Siberia o desde Moscú y que interrumpen la tarde, esa vida detenida de provincias, mansa, remota, almohadillada, y solo íntimamente, solo en las palabras que quisieran ser amables, son una tragedia múltiple.

Chéjov nos enseña lo que somos cuando no tenemos que interpretar un papel, nos lleva de la mano hacia lo privado, allí donde nadie cree demasiado en sí mismo, donde las ideas se pueden defender, pero no valen más que el calor del samovar o la belleza de aquella persona que nunca llegó a entendernos.

Los de Chéjov son libros amargos para gente con humor, escribió Nabokov. Sin ese humor –añado–, sin esa distancia de seguridad, la realidad se vuelve insostenible, apenas una farsa siniestra. La misma frase es en Chéjov a la vez cómica y triste, y siempre cierta como una hierba del camino o una silla en su esquina. Palabras que sirven para reírnos de nuestra cotidiana locura, palabras que nos explican, pero que no nos absuelven.


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