Una propiedad del presente

 


Una propiedad del presente es su vanidad histórica y su alegría en el error. Siempre nos creemos mejores, más refinados y morales, menos idiotas que aquellos que nos precedieron. Miramos al pasado por encima del hombro, seguros de nuestra superioridad. Ignoramos la historia del conocimiento, esa secuencia donde nuestras verdades de hoy son corregidas sin descanso mañana, donde la verdad misma es solo una hipótesis, cuando no una pura leyenda.

Si la secuencia perdura es muy probable que mañana nos vean como salvajes, gente que no entendió lo que debía, bárbaros que caían sin remedio en el prejuicio, que creían en fábulas, autores de matanzas que ellos no repetirán. Seremos los animales de un tiempo oscuro, los encorvados herederos de la noche. Ellos, futuros hermanos, se creerán a salvo. Sus crímenes, cuando lleguen, parecerán nuevos, como recién inventados, pero en verdad serán lo mismo, y alguien vendrá a limpiar la sangre y prohibirá la memoria y las palabras, como hicimos nosotros. No somos peores que ellos, que se creerán últimos, tampoco mejores que los contemporáneos de Antístenes, Li Bai o Villon. La culpa, si acaso la rozamos, nos pertenece a todos.


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