Eso de ir a escuchar recitales de poesía debe ser una variante masoquista de la personalidad de los escritores.
Debo confesarlo: soy uno de esos pervertidos incorregibles.
Hace unos días escuché en Santa Cruz a uno de los grandes maestros de la poesía volcánica, en un recital eterno que duró quince minutos.
Este poeta, eje del universo, gran defensor de sí mismo, empezó el recital homenajeando su obra, sus capacidades retóricas y la profundidad de su propuesta. Estaba en lo cierto, su obra es tan profunda que te permite pasar de la corteza al núcleo terrestre, es decir, de un salón con aire acondicionado al infierno, en apenas cinco versos.
Uno le escuchaba como quien levita, y pronto empecé a sentir esa bondad universal, esa paz beatífica que te invade cuando recibes el conocimiento de un ser que está iluminado.
No se habían cumplido cinco minutos y entre el público algunos amigos huyeron en manada, aprovechando la estruendosa voz del maestro.
Me duele reconocerlo, porque yo me quedé, pero esa huida fue una demostración de cordura, de amor propio, de higiene neuronal.
Antes de leer cada poema este gurú de la literatura insular nos regalaba unos alados comentarios que machacaban el tambor del homenaje general a su poesía.
El primer poema con que nos deleitó era una suite descriptivo-cómica de su casa, que desembocaba en uno de los finales más divertidos que uno haya escuchado jamás. En esos versos afirmaba este visionario que todo lo dicho era verdad porque él era un hombre que toleraba a sus semejantes, que sabía escuchar, que se conocía a sí mismo…
Todos comprendimos enseguida qué subclase de poeta estábamos escuchando. Sólo un biólogo, entre el público, parecía dudar: “¿Será bivalvo heterodonto? No, no. ¿Quizá un anélido, una hirudinea? Tampoco. Así, desde este lado, parece más un oligoqueto, pero no, no puede ser.”
Luego el recital mejoró, si aceptamos que mejorar es una forma típica de la caída libre.
Nadie dudó más tarde: durante el recital hubo un momento supremo, un acuerdo entre las musas y los nutricionistas. Me explico.
Nuestro genio leyó un pasaje de uno de sus relatos. A juzgar por lo que leyó ese relato podría ser considerado como la invención y el enterramiento simultáneos de un subgénero fabuloso: el erotismo guanche.
Dos guanches se disponían a follar, ese era el argumento. Y con un argumento así, todo es posible. Con esa materia este genio compuso una especie de frutería verbal donde el sudor del aguacate, las salpicaduras del melón, la leche de la papaya y la saliva del melocotón se rizaban de tal forma, que no hubo nunca frutería mejor abastecida ni página más encharcada.
Podría haber terminado ahí el espectáculo, pero no hubo suerte.
La escena de lujuria frutal se animó. El poeta, en plena erupción declamatoria, habló de la verga, de la chirimoya y… de frotar el tamarindo.
Ahí deje de escuchar.
Comprendí que estaba equivocado, en realidad este escritor era un humorista, pero se ponía muy serio para mejorar el efecto de su parodia.
No recuerdo nada más. Sé que me invadió la felicidad, y me quedé repitiendo esas palabras, cegado por esa metáfora, por esa epifanía lírica, y quise irme a casa a frotar el tamarindo. Pero unos amigos no me dejaron, y nos fuimos todos entre risas a tomar unas copas a la salud del genio.
Debo confesarlo: soy uno de esos pervertidos incorregibles.
Hace unos días escuché en Santa Cruz a uno de los grandes maestros de la poesía volcánica, en un recital eterno que duró quince minutos.
Este poeta, eje del universo, gran defensor de sí mismo, empezó el recital homenajeando su obra, sus capacidades retóricas y la profundidad de su propuesta. Estaba en lo cierto, su obra es tan profunda que te permite pasar de la corteza al núcleo terrestre, es decir, de un salón con aire acondicionado al infierno, en apenas cinco versos.
Uno le escuchaba como quien levita, y pronto empecé a sentir esa bondad universal, esa paz beatífica que te invade cuando recibes el conocimiento de un ser que está iluminado.
No se habían cumplido cinco minutos y entre el público algunos amigos huyeron en manada, aprovechando la estruendosa voz del maestro.
Me duele reconocerlo, porque yo me quedé, pero esa huida fue una demostración de cordura, de amor propio, de higiene neuronal.
Antes de leer cada poema este gurú de la literatura insular nos regalaba unos alados comentarios que machacaban el tambor del homenaje general a su poesía.
El primer poema con que nos deleitó era una suite descriptivo-cómica de su casa, que desembocaba en uno de los finales más divertidos que uno haya escuchado jamás. En esos versos afirmaba este visionario que todo lo dicho era verdad porque él era un hombre que toleraba a sus semejantes, que sabía escuchar, que se conocía a sí mismo…
Todos comprendimos enseguida qué subclase de poeta estábamos escuchando. Sólo un biólogo, entre el público, parecía dudar: “¿Será bivalvo heterodonto? No, no. ¿Quizá un anélido, una hirudinea? Tampoco. Así, desde este lado, parece más un oligoqueto, pero no, no puede ser.”
Luego el recital mejoró, si aceptamos que mejorar es una forma típica de la caída libre.
Nadie dudó más tarde: durante el recital hubo un momento supremo, un acuerdo entre las musas y los nutricionistas. Me explico.
Nuestro genio leyó un pasaje de uno de sus relatos. A juzgar por lo que leyó ese relato podría ser considerado como la invención y el enterramiento simultáneos de un subgénero fabuloso: el erotismo guanche.
Dos guanches se disponían a follar, ese era el argumento. Y con un argumento así, todo es posible. Con esa materia este genio compuso una especie de frutería verbal donde el sudor del aguacate, las salpicaduras del melón, la leche de la papaya y la saliva del melocotón se rizaban de tal forma, que no hubo nunca frutería mejor abastecida ni página más encharcada.
Podría haber terminado ahí el espectáculo, pero no hubo suerte.
La escena de lujuria frutal se animó. El poeta, en plena erupción declamatoria, habló de la verga, de la chirimoya y… de frotar el tamarindo.
Ahí deje de escuchar.
Comprendí que estaba equivocado, en realidad este escritor era un humorista, pero se ponía muy serio para mejorar el efecto de su parodia.
No recuerdo nada más. Sé que me invadió la felicidad, y me quedé repitiendo esas palabras, cegado por esa metáfora, por esa epifanía lírica, y quise irme a casa a frotar el tamarindo. Pero unos amigos no me dejaron, y nos fuimos todos entre risas a tomar unas copas a la salud del genio.
Y yo también brindo por ese ser iluminado. Siempre es bueno saber, aunque sea de oídas, que alguien puede hacerlo peor que uno. Bravo por él. Y qué carajo, bravo por ti también. Has sido capaz de hacer buena literatura partiendo de un hecho totalmente olvidable, tanto si ha pasado como si no.
ResponderEliminarUn abrazo Bruno...
Y diversión.
D.
De esas especies de animal, planta o cosa hay gran variedad, ¡y cómo se reproducen!
ResponderEliminarYa sólo me falta conocer el nombre del cantante... ¿Lo podrías transcribir? ¿Dónde se venden sus CD's?
ResponderEliminarAhora entiendo esa fama de malvado que había oído por ahí... ¡Mira que hacerle eso al pobre hombre! Pero gracias por escribirlo, lo que me he reído leyéndolo no se paga con dinero.
ResponderEliminarGracias
¿Cómo se llama el cantante, por favor?
ResponderEliminarMi suerte es que no he dado ningún recital en estos últimos tiempos jajajaja
Simplemente agradecerte tu enriquecedora charla en el IES Añaza para celebrar el "Día del Libro", un abrazo, Adelto.
ResponderEliminarQueremos el nombre. O al menos las iniciales. Se me ocurren dos: JJP y ASR.
ResponderEliminarSaludos cordiales:
JLPiquero
si no me equivoco, porque estuve en ese recital, no era ninguno de esos dos que dicen, aunque JJP parecía el maestro directo de este tipo. De ASR nada. Era SM..., quiero decir Sabas M. Más claro no lo puedo poner. Espero que Bruno no me censure el coment, (además, saber el nombre no es tan grave, creo) Me acuerdo de algunos de los versos que cita y de ese egocentrismo que dice y que daba risa y bueno... Saludos
ResponderEliminarPor fin ya sé quién es el cantante jajajajaa... No me lo imagino frotándose el tamarindo, pero sí el tamarindo de los demás jajajaja
ResponderEliminarA ver Bruno, te voy a dar un tirón de orejas: es bueno dar a conocer los nombres cuando los cantantes son tan buenos cuando cantan jejejeje. No te reprimas... Pero tengo que reconocer que aún sigo con ganas de frotarme el tamarindo, madre mía. Si llego a ir al concierto subo al cielo.
ResponderEliminarjajajajaja,reconozco que me estoy destornillando,lo siento,será el humorista,hasta aquí ha sido un placer pasearme,seguiré en otro momento.
ResponderEliminarhasta pronto!