Ese tipo improcedente

Imagen: Ben Benowski


Estaría bien marcharse, me decía, y miraba al cielo, aquel cielo nocturno e irreal, punteado de estrellas, y el océano a lo lejos le llamaba como un cuerpo desnudo, y sentía el abandono y quería perderse allí, en lo negro y líquido, en la espalda oscura del silencio, donde la luz no llega.

Luego se metía en el coche y conducía durante
horas, sin rumbo ni sentido, como un vagabundo encapsulado. A veces aparcaba en alguna calle mal iluminada, donde nadie pudiera verle, y allí se quedaba mirando a ningún sitio, contemplando el secreto desfigurado de la ciudad, su rostro enfermizo, las aceras vacías que se suceden y repiten como una pregunta angustiosa que nadie quiere responder, las farolas de luz amarillenta que dialogan cada noche con el asfalto en un idioma que nadie quiere traducir, los edificios que no dicen nada, que sólo hablarán cuando se desplomen, cuando esta ciudad no exista y la tierra vuelva a imponerse. Allí, dentro del coche, en silencio, miraba a ningún sitio y lo veía todo.

Tal vez en otro lugar sería posible la vida, me decía, pero aquí no.

No tenía mujer ni hijos, ni parecía tener familia alguna, y acaso yo era su único amigo.

De sus obsesiones hizo una religión y de su autodesprecio una metafísica. Yo le decía: “Estás embarcado en este juego, no aflojes ahora”. Pero él se volvía y miraba al suelo o a lo lejos.

Le fascinaban las fotografías de Billy Monk, el sudafricano que fotografió a los parroquianos del Catacombs Club de Ciudad del Cabo en los años sesenta. En esas fotos, disparadas en mitad de la noche, hay marineros de todo el mundo, prostitutas, travestis, ejecutivos disparatados o comerciantes perdidos, todos borrachos, todos a la deriva. En el ámbito opresivo de aquellas fotos se reconocía.

Imagen: Billy Monk

Decía Pessoa que hay una forma de convertir el sufrimiento en placer, y es extremando ese dolor, agrandando su sombra, para así sentir el exceso, el placer de lo que se derrama y supera su naturaleza. Pero él no conocía ese método, y todo se le quedaba dentro, como quien guarda en el armario de su habitación una bomba de relojería.

Un día me dijo: “Soy ese tipo improcedente al que nadie necesita saludar. Soy el que no tiene un elogio para ti, el que no sabe darte la mano adecuadamente, el que no sabe tratarte como te mereces. Soy el que no entiende, o el que entiende de otra forma, y debe callar lo que intuye para no ser tratado como un loco. Soy innecesario, como todos lo somos. La única diferencia es que yo no encuentro nada que distraiga mi atención. Estoy encerrado en ese lugar al que nadie quiere llegar.”

8 comentarios:

  1. La improcedencia: padre y madre de los auténticos procederes literarios...
    AJP

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  2. impresionante página, consoladora...

    Saludos.

    (Ayer comencé a leer los "Argumentos...")

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  3. Luego paso con tiempo a comentar, tan solo decirte que lo que llevo leído de argumentos (1/2 + ó - ) me ha encantado pero además, sobre ese fondo trágico que tiene lo que escribes, tan real, fluye un constante sentido del humor y a ratos, me he sorprendido riendo a carcajada limpia, cosa que siempre es de agradecer. Eres un magnífico escritor, me alegro de haberte elegido!

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  4. Exacto, AJP: la improcedencia es uno de los pocos métodos que puede adoptar la literatura para convertirse en algo incómodo y necesario. Gracias por la visita.

    Amigo Sergio. Gracias por la generosidad y por leerme. Espero que el libro no te defraude.

    Gracias a ti, Amaia, por tantos comentarios y lecturas, que no sé cómo agradecer. Saludos

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  5. No me defrauda, eso seguro. Sólo espero estar a la altura de tu escritura...ser un digno autor para tus argumentos. Con respecto a lo que dice Amaia del humor, he estado pensando que tal vez afrontar el peligro de cualquier lectura sea epatar con el humor del escritor...sin humillarse.

    De acuerdo con lo que decís de la improcedencia, tan difícil en la sociedad.

    (Ya te comentaré algo, si no te importa...)

    Un abrazo desde la frontera.

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  6. No sé si ese lugar al que nadie quiere llegar se llama locura, en todo caso leer está muy bien, de hecho es de lo poco que está bien siempre y cuando no te impida vivir la vida que deseas, no la que en realidad vivimos, los libros nos fugan hacia el lugar deseado pero sin perder el norte, sin doctrinas con nombre propio, muy triste esta entrada Bruno.
    Respecto a tener que agradecerme nada, déjame que te cite tu libro Argumentos...pág.129 La traducción de estos versos de John Donne...son de mi admirado y silencioso maestro Fabio Montes. Valgan también como silencioso y póstumo homenaje a quien me ofreció tanto sin pedir nada a cambio.
    Tendría que cambiar el nombre de Fabio y el adjetivo póstumo, supongo que me entiendes.

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  7. No entiendo, no había un post posterior a éste?
    Creo que mi locura se extiende...

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  8. Yo lei ayer un texto, amaia, sí, y ahora no está, supongo que lo habra eliminado, supongo que era muy personal y lo ha borrado, o eso me parecio a mi.

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