La isla del fin del mundo



-->
Escapo cuatro días a Fuerteventura aprovechando el puente. Somos cinco los que viajamos, todos viejos amigos.

De Fuerteventura uno sólo conocía Corralejo, cuando estuvo por aquí hace dos años participando en una semana literaria. Es un pueblo pesquero transformado en una sucursal plastificada e inane de pueblo turístico, vacío de carácter, cómodo e indistinto. Uno sabe que está en un lugar llamado Corralejo porque lo dice el mapa y los souvenirs, pero podría estar en otra isla o país y todo sería igual: los mismos restaurantes de menú internacional y fotos que amarillean en los carteles, los mismos bazares donde es posible comprar cualquier cosa, desde un molusco que canta hasta una jirafa flotador, bares donde el mayor reclamo es un partido de fútbol inglés o un cantante desafinado.

Por la tarde vamos a El Cotillo, otro pueblo construido alrededor de un embarcadero. La zona es famosa por sus playas, pero el día está a punto de caer y un viento frío que peina la llanura y se riza en el mar no anima a bañarse.

Paseamos lejos del pueblo y cerca del mar, en una zona de arena tan blanca que cualquiera diría que es nieve. Nos sacamos unas fotos de grupo en las que parece que estuviéramos en zona de alta montaña. La marea baja deja a la vista inmensos charcos donde las cabelleras de las algas y los cristales de sal se adormecen sobre las rocas húmedas. Quizá por primera vez se me revela la belleza de esta isla, su cuerpo desnudo y desierto, donde la vida tiene la apariencia de un sueño. En estas llanuras que el viento trama apenas sobrevive el matorral espinoso, las aulagas y algún cardón solitario. Aquí no es posible otra vida. Esas plantas han aprendido durante siglos a aferrarse a la tierra, y el viento nada puede contra ellas.

El sol es aquí el dueño y señor, el verdadero terrateniente, el dictador, y no es extraño ver un cactus reseco y moribundo, incapaz de sobrevivir en estas soledades.

Hace no muchas décadas la sed y el hambre, que ahora no existen, dictaban también sus leyes, y las pocas personas que habitaban esta isla se aferraban a la vida tomando la misma actitud que estas plantas, inventando una sobriedad extrema, resistiéndolo todo con una paciencia inhumana.

Al día siguiente, camino del sur de la isla, nos detenemos en la Casa de los Coroneles, en La Oliva. El pueblo es poco más que la reunión de una iglesia, un ayuntamiento, un parque, una casa de socorro y una diminuta urbanización, todo en mitad de una llanura donde el tiempo se ha detenido, donde uno siente que allí nunca ocurrió nada, excepto un silencio interrumpido sólo por el viento, un silencio que nace de la tierra reseca y de las piedras, un silencio que tiene los matices de una alucinación.


No muy lejos está la Casa de los Coroneles, restaurada de tal forma que sus tres siglos de historia han sido maquillados para la ocasión, y ahora tenemos la posibilidad de admirar un museo de historia dentro de un inmenso caserón sin historia. Es como si alguien hubiera querido borrar el paso del tiempo, sus cicatrices, y nos quisiera vender a cambio un brillante espejismo, barnizado y enfoscado para la ocasión, un espejismo que no vale nada porque no tiene significado, y no tiene significado por el tiempo que dice sustentar ha sido aniquilado.
Frente a la Casa de los Coroneles hay un patio de armas, y a su alrededor están las casas de los sirvientes, los almacenes, las caballerizas y los aljibes, construcciones que nadie ha querido restaurar y que ahora son vertederos improvisados donde las ratas y los desperdicios que dejan los turistas se mezclan con el sol de mediodía.


Así funcionan por aquí las cosas. Aunque el verbo funcionar quizá sea demasiado optimista.
El objetivo del día era llegar a la península de Jandía, en concreto a la playa de Cofete. Después de recorrer toda la isla de norte a sur en una hora de viaje, hay que hacer otra hora de camino por pistas de tierra para llegar hasta esa playa. Esa pista de tierra atraviesa un malpaís cuya monotonía tiene algo de pesadilla, porque tras cada curva tienes la sensación de estar en el mismo lugar, de no avanzar, de dar vueltas en un laberinto circular y sin salida.

Nos habían dicho que en mitad de la nada, en la ladera de una montaña, frente a la playa de Cofete, había una mansión construida por un alemán antes de la Segunda Guerra Mundial. Era verdad, y nosotros nos acercamos a la mansión para curiosear un poco. Ver esa construcción vanidosa y esbelta en mitad de un paisaje desértico, donde sólo las cabras, los lagartos y los insectos están capacitados para sobrevivir, es algo demencial y hermoso a la vez. Rodeamos la mansión y vemos ventanas rotas y puertas tapiadas con bloques de cemento. La casa está en ruinas, guardada por un par de vigilantes y cerrada al público.

Es la mansión del que fuera propietario de toda esta península hasta los años setenta, Gustav Winter, un ingeniero alemán que supo enriquecerse en esta tierra donde lo natural era morirse de hambre. Decenas de majoreros trabajaron durante décadas a sus órdenes, dedicados a la ganadería y la agricultura. Gustav Winter nunca vivió en esa mansión, tampoco su familia, pero a su alrededor se han levantado leyendas, más o menos inverosímiles, para justificar su aparatosa e insólita presencia en este lugar donde ahora viven media docena de personas, donde la electricidad y el agua no llega, este lugar que es como el fin del mundo, una tierra que mira al océano, al cielo y al sol, y que hace una interminable y abrumadora pregunta cuya respuesta es imposible.
Una de esas leyendas asegura que esa mansión, conocida como Villa Winter, era un refugio para soldados nazis, también que desde allí la familia Winter-Althaus ofrecía su ayuda a los submarinos alemanes que se acercaban a la zona. Ya digo que estas leyendas son juegos a los que se presta la enigmática presencia de esta casa señorial, una casa que es como un perpetuo soldado uniformado, firme y orgulloso de sí mismo, que vigila las puertas invisibles del vacío.
Por la noche, de vuelta en Corralejo, acabamos en un restaurante mejicano y nos bebemos dos litros de margarita entre cuatro. Como ninguno es bebedor, nos ponemos más alegres de lo habitual, lo cual siempre viene bien, y durante unas horas, agotados pero felices, nos reímos de nuestras sombras y del mundo. El alcohol y el humor nos sirven para conjurar el miedo, para olvidar todo lo que somos, para abandonar durantes unas horas ese infierno que nos persigue día y noche.

La tarde del lunes decidimos ir a Betancuria. La fama señorial del pueblo es sin duda más extensa y cierta que su breve realidad. La Iglesia de Santa María está cerrada, así que debemos conformarnos con dar vueltas a su alrededor, intentado adivinar qué elementos sobrevivieron a los piratas berberiscos que destruyeron el templo en el siglo XVII. Betancuria es el único lugar de la isla donde sientes que hay un pasado, que antes de que llegara el turismo y el dinero existió otra Fuerteventura, quizá no mejor, pero seguramente más acogedora.


También nos detenemos en Pájara, que a esas horas tiene el aspecto de un pueblo fantasma. No nos encontramos a nadie por la calle, ni una sola persona, ni un fantasma borracho, sólo un perro melancólico y cariñoso que se dejaba acariciar. Leo un cartel que pone: “Centro Cultural”, y allí voy, como esos niños que creen que los carteles son una indicación certera, el avance de una realidad indiscutible. El Centro Cultural resulta ser poco más que un bar sin parroquianos, donde una camarera ojerosa seca vasos de cristal mientras ve la televisión. La agenda cultural del centro es rotunda e invariable, y se limita a dos actos semanales: “Se sirve chocolate los sábados y los domingos”. Eso podía leerse en una pizarra montada sobre un caballete a la entrada del Centro.


Los grandes templos de la cultura occidental deberían copiar y transmitir esa capacidad sobrehumana que tienen en el Centro Cultural de Pájara para extraer la esencia de nuestra época. Un bar, un televisor, una camarera taciturna. Y Chocolate, mucho chocolate caliente cada fin de semana. Nada de bienales de fotografía, nada de retrospectivas neo-dadá, nada de instalaciones subversivas o videocreaciones, nada de silencios minimales, nada de escultores mesiánicos, nada de filósofos perdidos en divagaciones espumosas, nada de escritores malditos, sólo chocolate. Chocolate caliente.

Por la noche paseamos por Puerto del Rosario, la capital de la isla, que nos recibe en silencio, herida por las obras, como el decorado de una obra que fue representada ayer o que se representará mañana, pero que nosotros nunca podremos ver. Cuando entramos en el nuevo centro comercial descubrimos que allí están reunidos todos los actores que echábamos de menos en el resto de la ciudad.


El último día, cansados y sin mucho tiempo (ese tiempo que a los cinco nos encanta perder, siempre que lo perdamos juntos) vamos a Caleta de Fuste, otra sucursal turística de Fuerteventura. Durante horas paseamos frente a la playa, sacando fotos absurdas (que son las mejores) y riéndonos de todo lo que se nos ocurrió, pero siempre empezando por nosotros mismos.

La ironía es la que nos salva y nos permite ser amigos. Quizá porque esa ironía es una forma de libertad. Sin ella estaríamos perdidos, dando patéticas vueltas alrededor de cada ofensa, de cada vulgaridad, de cada tristeza. Esas vueltas nos las ahorramos riéndonos de esa persona que nos mira cada mañana desde el espejo.
Por eso nos reunimos de vez en cuando, como niños viejos que se conjuran para salvarse entre ellos, para curarse las heridas, para seguir resistiendo.


11 comentarios:

  1. Y es que la ironía es tan necesaria como el espejo, que aunque borrosa y difuminada, al menos nos devuelve alguna imagen de algo que se parece a nosotros, si no estaríamos perdidos ¿no crees?
    Fenomenal el reencuentro con amigos, las risas, lo tangible, las caras descubiertas, la claridad, la luz, todo bien nítido sin sombras inquietantes, así fenomenal.
    Me ha encantado este viaje vuestro casi onírico, a un paisaje que parece fuera de tiempo, y es que tengo que ir a las islas, si no ahora en Reyes, en veranito, con Gorka.
    Las islas Canarias siempre me han parecido algo como desatendido, descolgado de todo pero supongo que al final han sobrevivido gracias a eso que odiamos tanto que se llama turismo. Queda pendiente.
    Por cierto, aún no me ha llegado tu último libro, lo encargué a la Laie, ayer volví a preguntar, supongo que ya no tardará.

    Un abrazo, Bruno.

    ResponderEliminar
  2. Jo, hay tanta información en tu entrada que he tenido que volver. Me pregunto a cuántos individuos dejó entrar el tal Franco a nuestro país, cuántos y cuántos desalmados que venían a enriquecerse o a empobrecernos más.Y eso son los vestigios de esa desolación de fauna autóctona, esas mansiones que se ríen burlonamente al tiempo, en contra de nosotros.
    Literalmente descolgados, así quedasteis, pero no menos que ciertas regiones de la península.
    No es un consuelo, no lo pretendo.
    Me gusta mucho cómo escribes y leyéndote hoy entiendo el por qué. Porque todo lo que escribes está impregnado de poesía, y la poesía es belleza, es amor, y tú tienes esa mirada hacia la vida Bruno, tú que perteneces a ese reino del fin del mundo, tienes ese maravilloso don, talento, necesidad, intelecto...
    Y todo lo que yo puedo hacer es seguir leyéndote, aquí, en papel y donde sea, seguir encharcándome de tu tristeza, porque ¿era eso, verdad?
    Por cierto, hoy colgué una poesía preciosa de Luís García Montero en el blog de fractal, puedes llegar a través del viejo.

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno Bruno, quizás algún día te de por contar la "verdadera" historia en Corralejo a altas horas de la noche...si, en ésa que comentas con una tal "Margarita".

    Un saludo de tu politono favorito.

    ResponderEliminar
  4. Jajaja, ya empezamos con lo irreal, como cuando eramos niños

    ResponderEliminar
  5. Leído, Bruno. Oye, espero que lo de "Mucho chocolate" no sea más que una cita críptica y envenenada contra tantas nocillas... Abrazos

    ResponderEliminar
  6. Quiero desearte a ti, y a tus seres queridos, lo mejor en estas fiestas decembrinas y en el 2010. Mucha salud y amor.

    Un gran abrazo.

    ResponderEliminar
  7. Mejor una sola foto que parecía que fueran a destiempo.En cualquier caso, buen año 2010!

    ResponderEliminar
  8. No creo haber leído nunca un retrato más certero e inteligente sobre las virtudes y los desencantos de Fuerteventura. La verdad es que tus impresiones sobre Corralejo son iguales que las mías,y aquello me pareció igual que un gran supermercado. Lo mismo cabría para Puerto del Rosario (sí, siempre en obras) o para La Oliva, donde es cierto que uno tiene la sensación de que el tiempo se ha detenido o jamás ha pasado por allí más que de paso, sin quedarse: un gran sentimiento de desolación ante un paraje tan abierto y tan cerrado a la vez, con esa Casa de los Coroneles tan señorial y caciquil como inane. A mí también me pareció alucinar allí muchas veces y confundir la arena con nieve yendo desde Puerto del Rosario hasta Corralejo. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  9. Saludos de un majorero. Estoy de acuerdo con algunas cosas de las que dices pero no con otras. Francamente creo que si te hubieras informado un poco más sobre nuestra isla y su historia hubieras disfrutado muchísimo mas de tu viaje, pues te aseguro que 4 dias no bastan, ni muchísimo menos, para abarcar toda la riqueza de nuestra isla. Yo de hecho llevo viviendo aquí la mayor parte de mis 34 años de vida, y aún me sigo sorprendiendo. ¿sabias que por ejemplo en Pájara, que tu describes de forma tan deprimente, está la única iglesia de España, y posiblemente del mundo, con figuras de simbología Azteca tallados en su portada? ¿sabias que en el Cotillo y en Caleta de Fuste hay fortalezas normandas erigidas por el ingeniero italiano Torriani? ¿has oido hablar de Tindaya? Dices que hechas en falta referencias a la historia de la isla, pues existe una amplia Red de Museos que te informa sobre distintos aspectos de dicha historia, y que tu ni mencionas, te hubiera bastado con acercarte a alguna oficina de información turística o adquirir alguna guía (de calidad) para acercarte a dicha realidad,pero se ve que tu curiosidad era poca. creo que fue Einstein el que decía que no había nada mas dificil de destruir que un prejuicio, tu ibas con dicho prejuicio en la cabeza: "fuerteventura es la típica isla turísticade sol y playa", sin duda la imagen que de nuestra desventurada isla dan nefastas campañas de "promoción turística", y a él te has aferrado, y así te ha ido. Hay que saber ir más allá de lo que te venden dichos promotores, pero tu no has podido o no has querido hacerlo. Criticas la mediocridad de Corralejo (una de las críticas con las que estoy de acuerdo, para ser "competitivos" nuestras geniales instituciones políticas no se les ha ocurrido otra cosa que hacer de Corralejo una típica ciudad turística exactamente igual que la de cualquier otro lugar del mundo), pero es que en el fondo, confiésalo, eso es lo que buscabas, una típica urbe turística con playas y piscinas donde "desconectar", "cargar las pilas", ponerte tibio a margaritas, y todos esos tópicos que nos venden a diario sobre lo que son unas vacaciones "como Dios manda", ¿sino porque ibas a venir a una isla sobre las que tus expectativas eran tan pocas?. Tus paseos por, y tus pobres descripciones (las comparo con las que hizo en su momento Unamuno cuando estuvo aquí exiliado, otro dato que pareces desconocer, y no hay color)de el resto de la isla no son más que vanos intentos de justificar intelectualmente tus vacaciones ¿como va un intelectual como tú a irse de vacaciones a una anodina isla turística donde solo hay bares y playas como si fueras un vulgar hooligan?, no, tú tratas de hacer ver que buscabas (sin ningún ahinco como acabo de demostrar) las esencias y la historia de la isla y descubriste decepcionado que aquella estaba carente de estas.

    ResponderEliminar
  10. Gracias por la visita y la lectura, Anónimo.

    Me sorprende esa edulcorada y vaga secuencia de lugares comunes con que defiendes tu isla.

    Tu exaltación resulta contradictoria. Pretendes un elogio de la isla "real", pero las excelencias que me indicas son todas ellas el plagio de una guía turística: Red de Museos, Unamuno, Tindaya, Torriani...

    Debes disculparme, pero soy poco propenso a las exaltaciones. Cuando escribí sobre Santa Cruz de Tenerife, Londres o Roma, el tono fue igualmente crítico y la prosa no menos deleznable.

    En lo que respecta a mis torpezas y crímenes, solo puedo estar de acuerdo contigo.

    ResponderEliminar
  11. Bueno, tengo que reconocer que está bien escrito, que la razón te acoge , que lo mismo Olivia Stone que otros pusieron el ojo en el desgarro silencioso y en la imagen que las torpezas consumistas han hecho de ella... y tú has hecho lo mismo ... que desde hace tiempo le han cambiado el marco a este cuadro y todo parece quedar en una guía más o menos sentimental. Que no se ha hecho más que globalizar en todos lados... pero como dices tú, lo mismo Barcelona que Narbona...todo es un puro supermercado. Y sin embargo no lo es, y lo sabes, fuera del cenizo pensar del peninsular que viene cuatro días, está la vida y el alma de una isla que corre paralela a la plastificada , un alma que no es precisamente sencilla, una alma tan agreste como la parte más agreste de la isla, la bella parte que tú solo en parte, o por magnificar la redacción dices que solo has sufrido. y en esa bella parte los monumentos no están restaurados y vacíos de sus pasados... en esa bella parte los pasados los lleva el viento silvando por las ruinas y barrancos, entre las ventanas de casas sin marcos y patios de alacenas rotas , norias y simientes. Qué razón tienes en la casa de los Coroneles, vacía de sí misma (qué más quisiéramos de todas maneras que Coroneles como aquellos no hubiesen existido para gloria de nuestros campos sojuzgados por su riqueza personal)... pero en ella, en sus exposiciones, en las galerías de nuestra tierra el "majorero llegado" de donde sea del mundo, el que se ha metido hasta las tachas de esta isla enseña , de verdad, que hay en el mundo una isla que no todo el mundo puede ver con sus gafas y que necesita otras de cerca ...y con derecho todo el mundo a contar sus sensa-percepciones, eso son, no más. Quizá hayas sentido tantas decepciones en Roma y en Gomorra, en Sidón y en Estambul, en Pechina y en La China, y los ojos se hacen al cerebro y como en cualquier sitio, has sufrido masoquistamente lo que hubiera sido unos días lindos (así sencillamente)... escribir y ese gusto por escribir a veces te hace analizar y no vivir, buscar argumentos para una película, para un libro, para un texto en el fondo es seleccionar...no es un todo amigo . Y cuánta razón tienes cuando a veces nos paramos en esta isla, y vemos lo que estamos padeciendo cuando tanto valemos como isla. Un abrazo.

    ResponderEliminar