Hace ya muchas décadas que la enfermedad existe, y no parece que vaya a remitir pronto. Nació como todas las cosas, para sustituir algo que estaba desapareciendo. Perdimos la fe en Dios y en la otra vida y fuimos ganando la no menos absurda fe en una patria, una bandera y una tribu. No es que fuéramos originales, la historia estaba llena de precedentes, pero es cierto que nuestra época se ha sumado a la nueva religión con un entusiasmo feroz. Como el hombre contemporáneo no tenía otra fe que su falta de fe, enseguida le encantó la idea de pertenecer a una cosa sólida e inalterable, porque no soportaba la idea de que su vida estuviera suspendida en el vacío. Esa fe empezó cuando alguien dijo que a nuestro alrededor, desde hacía siglos, existía algo que nos unía y nos hacía diferentes.
El problema es que nuestra creencia tiene límites. Eso que nos une y en lo que creemos, a lo que nos aferramos hasta matar o morir, no es universal, no señor. Es tuyo y mío y de unos pocos. Los demás están fuera. Son extranjeros, distintos, incomprensibles. Parece como si los otros, los que no pertenecen a nuestra comunidad, tuvieran siete piernas, branquias y dos bocas.
Es una fe inverosímil, como casi toda fe. Está fundada sobre abstracciones, y su solidez y veracidad es también abstracta. Pero cada día hay más personas que creen que su tribu o nación es eterna, y que esa abstracción llena de mitos y leyendas ha descendido a la tierra y se ha encarnado en ellos. Por eso los nacionalismos tienen tanto éxito. Ahora todos necesitan una identidad, una explicación de lo que son para poder ser. A ninguno parece importarle que esa explicación sea siempre un remiendo peor o mejor cosido de palabras grandilocuentes.
Lo que suplica la gente es una fe, y los políticos, que son los grandes oportunistas de nuestro tiempo, se inventan esa fe para ellos.
Antes nos conformábamos con el mundo de Dios, y los sacerdotes hacían el papel que hoy hacen los políticos. Ahora nos conformamos con alzar la bandera de nuestra isla, nuestro pueblo o nuestro país. Pero siempre nuestro, nunca de todos.
El asunto es creer en algo, tener un mito en la cabeza como se tiene una piedra en la mano. A la tribu o la comarca le asignamos una historia, empezando y acabando esa historia donde más nos conviene, pero sobre todo le entregamos unas fronteras, que no son más que una forma de avaricia. Es como el prestamista que cada noche cuenta su dinero para estar seguro de la cantidad que posee, para saber cuánto gana y conocer si le roban. Con los países, las tribus y los pueblos ocurre lo mismo. Aquí empiezan y aquí acaban. Tenga usted mucho cuidado, no bromee usted con nuestras fronteras. Eso parecen decirnos.
Pero ¿qué razón moral podemos defender para impedir que una persona pase de un lugar a otro como pasamos de una calle a otra? Delante de una frontera se desmorona toda moral. Una frontera es un asunto administrativo, es decir, burocrático, y la burocracia es la forma moderna del engaño y del absurdo.
Hay quien vive en una cárcel y no lo sabe. Sólo el día que quiera escapar descubrirá que su fe ha convertido el mundo en una inmensa peninteciaría donde no te dejan elegir la celda.
Esas fronteras quieren sustentarse en el deseo de unos habitantes, en la supuesta historia de un pueblo, en el uso de un idioma, de una religión o de unas tradiciones. Pero la pregunta moral sigue siendo la misma, y la respuesta siempre es inmoral, porque está llena de alambradas, de burocracias y de mentiras, cuando no está llena de plomo.
Absurdo invento el de las fronteras, las patrias, las banderas... que no cambian el hecho de que sigamos siendo todos idénticos puñados de células cuyo primer y último afán, en realidad, es seguir alentando.
ResponderEliminarPor si te apetece saltar la valla: opalazon.blogspot.com
ResponderEliminarY es que,Bruno, es tan difícil vivir descolgado de todo, en medio de la nada, sin rumbo,porque era eso verdad? si no hay fe no hay nada, sólo vacío e inconsistencia. Te entiendo porque entenderte es entenderme, pero también comprendo a los otros, no a los políticos, porque ellos sólo persiguen el papel de la FNMT, pero de alguna manera los otros, qué reivindican realmente? todo es una cuestión de dinero y poder, de vivir más y mejor, lejos de eso ya lo ves, individuos incomprensibles como vos y yo y unos cuantos más, con poco dinero y ganas de cambiar el mundo, pero sin energía.Construyéndonos un pequeño microcosmos a la medida de nuestras posibilidades y tiempo. Por eso sigo a tu lado, no lo dudes!
ResponderEliminarA pesar de que las fronteras políticas son horribles y los españoles tenemos una de las más injusta del mundo, hay otras fronteras de las que has hablado que sí son naturales ese necesidad de pertenecer a algo, ese idioma propio, o esa peculiar manera, algunos postres. Lo importante es cómo utilizamos esas diferencias, que usos les vamos a dar, pero son importantes.
ResponderEliminarGracias bruno me encanta tu blog
“Esas fronteras quieren sustentarse en el deseo de unos habitantes, en la supuesta historia de un pueblo, en el uso de un idioma, de una religión o de unas tradiciones.”
ResponderEliminarPor suerte siempre hay ateos que no comulgan con ciertas ideas pero que respetan a los que creen.
Salut
Me encanta pasar por aquí y comulgar con todo o casi todo... Con todo en realidad. Lo de "casi" forma parte de un distanciamiento objetivo que nunca consigo desplegar del todo.
ResponderEliminarUn abrazo, maestro.
D.