Errores en la misma dirección




Goro Shimura es un matemático japonés, fue gran amigo y par en la investigación de Yutaka Taniyama, otro matemático japonés propenso a caer en teorías y depresiones. La frialdad de la Universidad de Tokio impulsó a los dos amigos a un razonable enclaustramiento y a imponerse retos caprichosos, como golpear lápices afilados contra mesas de cerezo mientras zapateaban las fórmulas en sus mentes. 

Su condición de investigadores les permitió dedicarse a sospechar cosas que solo pueden ocurrírsele a un par de matemáticos ociosos, como las relaciones entre las curvas elípticas y las formas modulares. Después de mucho trabajar llegaron a la insólita conclusión de que toda curva elíptica era una forma modular. A su intuición la llamaron la conjetura de Taniyama-Shimura, célebre proposición en el submundo de la Teoría Algebraica de Números. 



El asunto es que muchos años después, demostrada esa relación, suicidado Taniyama y famoso y coleando Shimura, le preguntaron al segundo cómo era el carácter y el talento de su compañero de conjetura.

–Taniyama era un matemático poco escrupuloso. Cometía muchos errores, pero pronto descubrí su inmenso talento: siempre cometía sus errores en la misma dirección.

Errores en la misma dirección, escuché, y sentí la emoción del hallazgo. Es una definición perfecta de la literatura, esa vasta conjetura que todavía sigue esperando a su Andrew Wiles.

Enseguida recordé un recital en Roma en el que me tocaba actuar como presentador, un acto que titulé, para mi vergüenza, La teoría del error, donde me apoyaba en Feyerabend y su prólogo a Contra el método para sugerir que cada palabra elegida por un escritor es un error seleccionado entre muchos errores posibles, que todo escritor trama en su obra, a veces de forma involuntaria, una particular teoría del error. 


Ahí tienen a Paul Feyerabend elaborando su anarquismo epistemológico. 

Hubiera sido mejor citar a Shimura y hablar de la buena literatura como un error cometido siempre en la misma dirección. Era la definición más exacta y la más amplia. Errores sí, pero errores necesarios, que definen un carácter, heredan una obsesión y se conjuran para pensar el mundo bajo una luz íntima. 

En 1995 el hipertímido y pelirrojo Andrew Wiles demostró un caso especial de la conjetura de Taniyama-Shimura, y a través de ella alcanzó una demostración del Último teorema de Fermat. 

En literatura todas las conjeturas son indemostrables. Los Andrew Wiles no nos sirven para nada. El genio se convierte en idiota dependiendo del siglo o del comentador. Ese tiovivo no debería inquietarnos.

El talento del escritor reside en apostar por la opción más digna de ser leída, pero también por la opción que mire, como hacía Taniyama, hacia el lugar que señala nuestro temperamento, rumbo hacia una isla que nunca se alcanza. Errores en la misma dirección. 


5 comentarios:

  1. No estoy muy seguro de si fue el gran Eugenio Montale (tal vez en eso me puedas ayudar) quien esbozó la idea de que el lenguaje poético es un lenguaje defectuoso, lleno de interferencias.

    Al servicio de la literatura, y en su descargo, habría también que darle el aspecto metafórico de un telar, cuyo producto, el tejido verbal, sirve tanto para vestirse como para protegerse del frío. Sin embargo, cuando en una prenda detectamos un roto, ésta se vuelve única; por saberla perteneciente a un conjunto de privadas resonancias personales esta pieza se torna particular y por eso siempre perdura en los armarios, entretejida en el afectado cariño por el paso del tiempo que permanece indeleble en los objetos defectuosos.

    Así, con la literatura, el texto erróneo, fallido, se adhiere con más fuerza a nuestra emoción que la pulcritud aséptica de un montón de precisas incisiones de bisturí en una mesa de operaciones.

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  2. Celebro tu comparación, Javier. La literatura es siempre una prenda defectuosa. Una prosa de apariencias perfectas suele ser un ejemplo de frialdad, o aún peor, de ausencia de vida.

    Gracias por la visita.
    Un abrazo.

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  3. Grandes ambos; geniales reflexiones. Muchos saludos.

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  4. El hombre es el único animal que continuamente tropieza consigo mismo.

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  5. Gracias por la generosa visita, Sergio. Un abrazo.

    Y en mi caso con alevosía, en perpetuo descubrimiento, como si me desconociera. En los espejos siempre encuentro a un desconocido habitual.
    Un abrazo, amigo Óscar.

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