Escena de calle



El poeta mejor soy de mi calle, 
pero mi calle, a la verdad, no es larga. 

Eso escribía Domingo Rivero en 1907. 

En 2013 mi calle, a la verdad, es minúscula, y está llena de poetas mejores que yo. Son poetas que no lo saben, y por eso lo son.

Ese niño que da patadas a un balón amarillento escribe, con cada gol imaginario, un poema asombroso. Él entiende este mundo y por eso solo juega. 

El cetáceo que lava su coche sobre la acera con un cigarrillo en la boca, ha comprendido bien el laconismo irónico de Simic, y por eso, cuando saluda, solo levanta las cejas. 

El gato pardusco que ronda los contenedores de basura avanza majestuoso y hambriento, propone finales anticlimáticos a sus paseos, y se duerme al sol si el sol le inventa.

Mi calle es tan escasa que el mundo entero cabe en ella. Solo tiene un sentido, y es fea y habla la jerga de la periferia, en una isla que es la periferia de todo.

Hay una forma de llegar a mi calle, pero siempre es en otra dirección. No hay más remedio que equivocarse para llegar.

Mi calle no tiene árboles, tampoco alcorques esperando a esos árboles, pero tiene farolas encorvadas y una brusca música de viento que golpea los cristales.

Mi calle, a la verdad, es minúscula, y no hay un solo tendejón en ella. No hay nada que pasear aquí, porque esta es una calle de gente sin leyenda, con dormitorios en penumbra y juguetes hacinados en los armarios, zapatos que vuelven del trabajo, horarios de arte menor, perros que pasean a su dueño desganado y una ventana abierta en un planeta no muy lejos del sol. 




Fotos: Douglas Ljungkvist y Salvo Petri

3 comentarios:

  1. Son los Esteves sin metafísica o la niña que come chocolates.

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  2. Gracias, Aníbal e Iván, por la visita y los comentarios. Sí, hay que quitarse el sombrero, pero por ellos, por los Esteves sin metafísica. Un saludo.

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