Las palabras no vendrán en tu ayuda. No hay en ellas alivio. Pesan sobre tu espalda como interrogaciones antiguas. Cada página es una trampa que te muestra la debilidad de lo que haces. Para eso leemos, como quien acepta esa droga, esa dosis de incomodidad que nos zarandea. Eso quiere hacer con nosotros este libro.
La parataxis domina estos cuentos de Fernanda García Lao. Uno es arrojado a una prosa concentrada, densa, a veces sabiamente irrespirable. El ritmo no cede, no puede hacerlo. La tensión depende de esa velocidad de las imágenes y los pensamientos. El cuerpo es su territorio: cuerpos desnudos, muertos que siguen aquí, insectos que cuidamos, espectros que se venden, manos que no alcanzan a ese otro irreal.
No es complejo relacionar estos cuentos con los de Lina Meruane, tampoco con los experimentos afortunados de Lydia Davis. Estos cuentos, sin embargo, no son ecos. Son fieles a su búsqueda donde el lenguaje sirve a una mirada que se mueve entre el instinto y la pesadilla, un lenguaje que hurga en las heridas, que revela esa contradicción que explica a sus personajes.
En “Réplicas” escuchamos a un hombre desencantado y solitario. Desde niño pensó que era huérfano de padre. No lo era, pero eso lo descubrió muy tarde. Cuidó a su madre hasta su último día. Vio cómo la muerte se apoderaba de ella. Contabilizó esa debacle. Ahora ese hombre paga prostitutas para que lo azoten. El dolor quizá lo libera. Con migas de pan hace réplicas diminutas de virgencitas.
Una cuestión social justifica el cuento “Personas de alquiler”. Una joven necesita dinero para escapar. No hay trabajo donde vive, tampoco futuro. Elige entonces ser una madre de alquiler. Un vientre a disposición del mejor postor. Con ese dinero su fuga será posible. La desesperación no necesita decir su nombre. Es como convertirse en esclavo para ser libre.
La premisa de estos cuentos se acelera en los primeros párrafos. Todo se comprime en esta escritura. La densidad los mejora. Las frases se abren filosas sobre la página. Cortan y caen. Vuelan y golpean. El aforismo ayuda. También el hallazgo verbal, su conmoción.
En uno de los cuentos el
protagonista lee la vida de su ex a través de las cartas que le
siguen llegando a su dirección. Es una especie de elegía y de
tortura. En otra narración, vuelta hacia lo fantástico, las
flores se preparan para ejecutar a sus protagonistas. El tono no cambia cuando ingresamos en ese ámbito lisérgico. No debe hacerlo. Esa frontera, si
acaso existe, no es visible, porque la realidad es también una alucinación.
“Fricción” es el retrato de la dependencia, la soledad y la vejez. Se brevedad es propia de un monólogo dramático. Para la protagonista el tiempo no es una posibilidad, sino una espera cruel. Los días son castigos, no promesas. No hay relato más oscuro ni más cotidiano que ese.
El último cuento del libro viene en forma de álbum. La estructura es sencilla, su velocidad no. Esa biografía sintetizada participa de la fotografía, del poema y de la narración. La vida acelera en las frases cortas, en objetos perdidos, en maletas urgentes, en la llegada de la dictadura de Videla, en el miedo de los padres a no encontrar trabajo en un país nuevo. La familia cambia de hemisferio. En ese otro mundo, que es España, la gente habla y piensa de otra forma. Todos son desconocidos, empezando por ellos. Los amigos quedaron muy lejos, disueltos como sombras en el bosque. La nueva escuela es un molde demasiado estrecho. Todo es diferente allí, pero a todo se adapta uno. Un día, años después, regresan a Argentina, y ahora es ella, otra vez, la extranjera, la incomprensible. Entre dos hemisferios, en una mudanza perpetua, debe aprender a ser de ningún lugar.
El principio del libro es también el final. El cuento que da título al conjunto es un aforismo-cuento. Dos líneas. Me gusta leerlo en dirección a la propia escritura. Las palabras, como dije al principio, son una trampa que buscamos. Son medicina y veneno.