El Pentateuco de Wagenstein


El Pentateuco de Isaac
Angel Wagenstein
Libros del Asteroide


El protagonista de esta novela escrita en cinco libros es Isaac Blumenfeld, un judío vitalista, hijo de un hasidim, feliz en su pueblo hasta que el destino se empieza a torcer y es reclutado para luchar en la Gran Guerra bajo la bandera del Imperio Astrohúngaro. Pero la guerra termina antes de que Blumenfeld dispare un sólo tiro. En unos segundos el sólido Imperio Astrohúngaro pasa a ser un puzzle amarillento y manoseado en mitad de Europa.


Según los grandes cerebros militares de la Alemania derrotada, la culpa de la catástrofe la tienen los judíos y los ciclistas. Hay quien no entiende lo de los ciclistas. Sobre la culpa de los judíos nadie duda.

Disuelto el Imperio Astrohúngaro como una lágrima de azúcar en un café hirviendo, el rabí Bendavid, gran amigo de Blumenfeld, termina así su primera predicación tras la guerra (pág. 86):

"Es una ley natural: los fuertes se comen a los débiles, pero su apetito suele ser demasiado para su capacidad digestiva, por eso les dan diarreas y ardores que se curan con revoluciones. Estas últimas crean el caos y del caos nacen mundos nuevos; ojalá el mundo de mañana nos salga menos cagado que el de ahora. Así, hasta el próximo reparto de los naipes, o sea, hasta la próxima guerra. Ésta no va a tardar, los dientes del dragón de la revancha ya están sembrados en el fértil suelo de Europa y darán una buena cosecha, creedme. Sabbat Shalom, muchachos."

Blumenfeld se fue como astrohúngaro a la guerra, pero regresa como polaco.

Un par de años después se acuesta polaco y se levanta soviético.

Estaba claro que el mundo tenía ganas de jugar con él. Tras la Paz de Riga, fin de la Guerra Polaco-Soviética, de la que Wagenstein habla poco, porque ya hay suficiente pólvora en las bibliotecas, el señor Blumenfeld se casa y trae tres hijos a este mundo desnortado.

La invasión alemana de Polonia lo convierte en ciudadano del Tercer Reich. Siendo judío esa ciudadanía vale tanto como la evaporación de una mariposa de agua. Por eso Blumenfeld se hizo pasar, mientras pudo, por un gentil.

Pero este descendiente de los macabeos no tiene suerte y muy pronto es detenido por los nazis y obligado a trabajar fabricando casquillos de balas en la Base Especial A-17, en Alemania.

Wagenstein nos muestra la confusión de un hombre que no comprende los giros dementes que da su vida, alguien que busca sin éxito un manual de instrucciones para guiarse entre la oscuridad. El escritor búlgaro evita todas las formas del patetismo, renuncia a toda queja, y se aplica al humor y a una prosa sonriente que nos reconcilia con el ser humano.

Su trazo satírico no perdona a nadie, tampoco a los suyos. El mundo que nos describe Wagenstein es como una incisiva historieta donde abundan las anécdotas a la vez hilarantes y crueles. Con él atravesamos el horror del siglo XX sin evitar la angustia, pero también sin dejar de reír.

Blumenfeld no es un héroe, ni siquiera un valiente. Sobrevive por azar a la locura que le rodea, pero no encuentra cobijo contra ella, ni explicación para esa enfermedad que parece haber afectado a todos los seres humanos, con uniforme o sin él. Sólo las interrogaciones y un humor catártico se abren paso entre el barro y la tiniebla.

Tras el cierre de la Base Especial A-17, que era sistemáticamente saboteada por los trabajadores, Isaac Blumenfeld ingresa en el campo de concentración de Flossenbürg, en el Alto Palatinado. El narrador y protagonista declara que no desea volver a contar lo que ya todos sabemos, lo que otros han contado antes y mejor. A pesar de esa intención, Wagenstein no puede evitar mostrarnos, aunque sólo sea en unas pocas páginas, ese inmenso coro moribundo que desfila sobre el barro del lager.

Cuando el campo es liberado por las tropas aliadas los magullados huesos de Blumenfeld, enfermo de tifus, acaban en un hospital de Salzburgo.

Meses después, recuperado de su enfermedad, sobreviviendo en Viena gracias a un pujante mercado negro, recibe una carta del rabí Bendavid. Su esposa y tres hijos han muerto.

Aún tambaleándose es detenido por las autoridades soviéticas, que le acusan de traición por actividades contrarrevolucionarias. Blumenfeld no puede creer lo que le está pasando. Explica que él es una víctima, no un asesino, pero es como hablar con una piedra.

La traición es internacional, le dice el acusador.

La estupidez también, responde Blumenfeld.

Y así acaban sus internacionales huesos en un campo de reeducación soviético, más conocidos como gulag.

Cerca del paralelo 70, en el mar de Chukotka, frente a la Isla del Oso, están los campos de reeducación soviéticos que esperan a Blumenfeld. En la inmensa nación de la igualdad y la justicia eternas hay unos campos donde gobierna una ley más sencilla y primitiva: una interminable noche blanca que dura seis meses, y largas jornadas de trabajo con temperaturas inferiores a los 40º bajo cero.

Luego es trasladado a Kazajistán. Ahí se detiene la narración de Wagenstein-Blumenfeld, que al final de la novela nos confiesa vivir como un anciano sin esperanzas en su querida Viena.

¿Algo de todo esto tuvo sentido?, se pregunta Blumenfeld. Pero no hay respuesta posible. El azar nos hunde o nos eleva, y a él le tocaron el limo y el olvido.

En este viaje sólo podemos elegir cuándo queremos bajarnos del tren, como hizo Stefan Zweig un 22 de febrero 1942, en su exilio brasileño, cuando creía que su amada Europa y su cultura serían barridas por el nazismo. Blumenfeld nunca renuncia a la vida, aunque no le encuentre sentido, aunque quisiera ver a Dios trabajando algunos días sobre la nieve de Siberia.

No es otro libro más sobre el mismo tema. Es un libro descarado y luminoso que se ríe de ese animal contradictorio y ciego que puebla la tierra con su absurda fachenda.

2 comentarios:

  1. Estupendo, Bruno. Una crítica excelente sobre un libro que no conozco, pero que la hilazón de tus palabra consigue interearme por él. A lo largo de tu comentario tienes excelentes apuntes, luminosas frases, que casi, me parece a mí, que has escrito uno de tus cuentos posibles basado en la vida y el libro de otro. Esta vuelta de tueerca que consigues con tu comentario me alucina... Y siento pena, siento pena de que ante este tipo de textos nadie haga comentarios. O bien porque aún no han dado con él en tu blog, o porque la gente (y hablo en general y sin señalar a nadie) se pirra por lo meramente más o menos comprensible. Pero esto, el resultado, es más que comprensible, entre otras cosas porque es otra manera de afrontar la literatura. Y tu mano y tu mente trasladora de ideas es más que brillante.
    Me ha encantado. Felicidades, Bruno. Y va sin halagos, porque no soy ese tipo de persona que muchos crees. Yo me caso con quien me atrae, dicho de otra forma. Y punto.
    Felicidades.

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  2. Aparte de mi halago, que más que un halago es un reconocimiento, y eso es otro cantar, meparece que construyes críticas -no es que conozca todas tus cosas, ni siquiera nos conocemos personalmente no hemos tenido, creo, más que una inexistente nula-, bueno, lo que decía, que construyes críticas estupendas y creas un cuento personal tuyo a un tiempo. Ese giro me interesa cuando te leo... a eso me refería, es muy conseguido al tiempo que es muy tuyo.
    Pero la segunda parte de tu respuesta tiene tirón también, tirón hacia otros planteamientos: por ejemplo: ¿dónde se pueden compartir estos planteamientos? ¿Tanta tecnología al fin va a ser para que los escritores, las personas interesadas en este mundo no se encuentren? No nos encontramos en la calle, no nos encontramos esta cielo cibernéetico? ¿De dónde sale tanto escrito importante, tanta conferencia exhuberante, tanta ideologización de la literatura... etc? ¿Dónde se discute para uno defienda esto o aquello, proponga esto o aquello? ¿O es que aquí se trata de proponer para nadie? En este sentido me da pena que cuando encuentro -y di contigo por El Escobillón, fíjate tú que ni siquiera estaba yo ineresado por ti, y digo voy a ver qué cuelga este tipo? Y leo, y curioseo, y otro día releo, y me produce discusión, búsquedas de resoluciones literarias, admiraciones o espantos literarios, aciertos o fraudes? ¿Dónde está tanto escritor que escribe en estas islas por ejemplo? Eso me da pena, que no haya más entusiasmo en analizar, proponer y discutir (discutir lo empleo siempre con un sentido muy griego).

    Un abrazo.

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