Sostuvo Pirandello que toda realidad es un engaño, que no podemos entrever la verdad.
No se llevan bien la literatura del italiano y la verdad, acaso porque la verdad está vacía y su literatura se obstina en ser mentirosa, en elegir el camino inesperado para llegar a una intuición.
Esa intuición acaso no sea la verdad, pero nos basta y nos consuela, porque la sentimos como cierta.
Toda la obra de Pirandello está llena de espejos y contraespejos que persiguen algo que no pueden atrapar, o que quizá sólo atrapan en el acto mismo de perseguir.
En Seis personajes en busca de autor se defiende (y se discute) que la locura es el fundamento del actor, que el personaje es más real y verosímil que el espectador que lo ve o el dramaturgo que lo creó, que toda la literatura es juego, y que ese juego es tal vez el único lugar donde podemos comprendernos.
Pirandello quiso ser un humorista trágico, un filósofo irónico: pretendió que el espectador comprendiera que la vida es absurda y dramática a la vez, y que reírse o pensarla son actos que se confunden.
En Enrique IV un hombre acepta el papel que representa su disfraz, incluso cuando descubre que ha perdido la cordura y que está disfrazado. A su alrededor esa locura se extiende como un juego delirante. Enrique IV, el hombre que acepta ese papel, termina haciendo esta pregunta: “¿Cómo te atreves a decir que no estoy loco?” Luego desenvaina su espada, y concluye diciendo (y acaso por boca de este personaje hablan muchos hombres): “No... No estoy cuerdo… Estoy loco. Ahora no tengo más remedio que estar loco.”
Algo parecido ocurre en El difunto Matías Pascal, que vive la vida de un muerto y cree estar muerto para la vida. Al final del libro alguien le pregunta quién es. Yo soy el difunto Matías Pascal, responde.
Todos somos Matías Pascal, muertos en vida, disfrutando una vida que no nos pertenece, que no le pertenece a nadie, que fue y será tierra, ceniza y silencio.
A Pirandello se le acusó de “cerebralismo”, de escribir historias inverosímiles, de añadir locura a un mundo absurdo, de reírse de la tragedia humana. Esas acusaciones han resultado ser su mayor virtud. Todo lo que nos ofreció, aunque de apariencia irónica, termina siendo amargo, como una calle sin salida. En esa calle seguimos jugando, creyendo que lleva a algún sitio.
No se llevan bien la literatura del italiano y la verdad, acaso porque la verdad está vacía y su literatura se obstina en ser mentirosa, en elegir el camino inesperado para llegar a una intuición.
Esa intuición acaso no sea la verdad, pero nos basta y nos consuela, porque la sentimos como cierta.
Toda la obra de Pirandello está llena de espejos y contraespejos que persiguen algo que no pueden atrapar, o que quizá sólo atrapan en el acto mismo de perseguir.
En Seis personajes en busca de autor se defiende (y se discute) que la locura es el fundamento del actor, que el personaje es más real y verosímil que el espectador que lo ve o el dramaturgo que lo creó, que toda la literatura es juego, y que ese juego es tal vez el único lugar donde podemos comprendernos.
Pirandello quiso ser un humorista trágico, un filósofo irónico: pretendió que el espectador comprendiera que la vida es absurda y dramática a la vez, y que reírse o pensarla son actos que se confunden.
En Enrique IV un hombre acepta el papel que representa su disfraz, incluso cuando descubre que ha perdido la cordura y que está disfrazado. A su alrededor esa locura se extiende como un juego delirante. Enrique IV, el hombre que acepta ese papel, termina haciendo esta pregunta: “¿Cómo te atreves a decir que no estoy loco?” Luego desenvaina su espada, y concluye diciendo (y acaso por boca de este personaje hablan muchos hombres): “No... No estoy cuerdo… Estoy loco. Ahora no tengo más remedio que estar loco.”
Algo parecido ocurre en El difunto Matías Pascal, que vive la vida de un muerto y cree estar muerto para la vida. Al final del libro alguien le pregunta quién es. Yo soy el difunto Matías Pascal, responde.
Todos somos Matías Pascal, muertos en vida, disfrutando una vida que no nos pertenece, que no le pertenece a nadie, que fue y será tierra, ceniza y silencio.
A Pirandello se le acusó de “cerebralismo”, de escribir historias inverosímiles, de añadir locura a un mundo absurdo, de reírse de la tragedia humana. Esas acusaciones han resultado ser su mayor virtud. Todo lo que nos ofreció, aunque de apariencia irónica, termina siendo amargo, como una calle sin salida. En esa calle seguimos jugando, creyendo que lleva a algún sitio.
Yo mas que pensar que toda realidad es un engaño, creo que ésta tiene muchas caras posibles y sólo somos capaces de ver una de ellas o en el mejor de los casos dos, tiene tantos lados que al final está vacía de sentido y simula a una mentira.
ResponderEliminarQuizás verdad y mentira son lo mismo.
Vengo de leer la entrevista. Muy buena. Y he vuelto a leer la página del Diario de Fabio Montes. Me parece honesta tu concepción de la literatura: si me permites ese calificativo.
ResponderEliminarSaludos.
Yo también he leído la entrevista. Me ha gustado... Si algún día consigo escribir algo de un modo inteligente, espero que alguien se de cuenta, y me reconozca, y se ría un poco de mí para así no parecer un hombre cegado por la obsesión de hacer grandes cosas.
ResponderEliminarUn abrazo Bruno...
D.
Es difícil trazar la línea divisoria entre la locura y la cordura. A través de nuestra concepción dualista de la realidad oscilamos constantemente entre conceptos al parecer opuestos que no son más que una burda referencia al uso. De trampolín en trampolín, vistiéndonos de largo o de corto según la ocasión, vamos enrollando la madeja que después pretendemos desenmarañar para no hacer otra cosa que seguir confundidos, para seguir aturdidos. Si por locura hemos de entender "toda aquella conducta alejada de la realidad normalizada" debiéramos, de base, reventar los cimientos de lo que hoy es la realidad, puesto que todo esto que nos rodea y que consideramos como "lo normal" está basado en una locura transmitida desde el principio de los tiempos. ¿Dónde está la línea? ¿Debe haber una línea?
ResponderEliminarYo creo que la vida es lo más absurdo y sinsentido que hay, pero los mortales queremos darle forma.La vida es un camino oscuro, una cloaca, donde todos vertemos la suciedad.
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