Variación sobre un tema de Fabio Montes

Imagen: Saad Salem



El energúmeno que sólo desea quitarte la razón y el adulador que no pierde ocasión para dártela; el propietario de ese aparatoso puro que culmina una barriga lunar; la vecina que te impedía jugar en el portal de tu edificio y te llamaba hijo del demonio, criaturita de satanás; el aceitoso parroquiano que recorta y escupe las palabras acodado en la barra de un figón suburbial, aferrado a ese vaso de vino que es demasiado pequeño para sostenerlo; ese taxista que nunca detiene su monserga; la dependienta escuálida y arrugada que te perdona la vida cuando te atiende; el profesor que grita para que dejen de gritar sus alumnos; la joven que dice admirarte pero no te deja hablar; la madre que te aprovecha para su desahogo; esa corbata que sólo sabe dar órdenes; ese analfabeto con despacho que cada mañana cisca un discurso; el cuerpo que deseaste y que nunca alcanzarás, el mismo cuerpo que cada día pasa a tu lado, altivo e indiferente; el espantapájaros que reclama tu atención para venderte un seguro de vida; el maestro jubilado que sigue impartiendo lecciones ante un auditorio de sombras; el gazmoño universitario que se da pujos de radical y te presenta, sin pedírsela, a su buena amiga la Verdad Absoluta; ese conocido pelmazo que te taladra con sus grotescas aventuras; el conferenciante que embadurna su cacareo con un desfile de tecnicismos y una sintaxis tartamuda; el que te insulta con motivos y siempre te recuerda tu peor día; el que se burla a tus espaldas pero guarda una sonrisa para tu cara; la poeta que suplica lectores pero hierve ante cada crítica; el que está seguro de que son los otros los culpables de todos sus males; el que se felicita con tu fracaso; el que espera no volver a verte nunca más.

Esas personas son la representación de lo que no queremos ser. Son los otros. Pero es un engaño natural de nuestra mente, una mentira que nos contamos para sobrevivir.

Esas personas que tanto nos molestan somos nosotros. Desayunan tu pan, beben tu café, hacen tu trabajo, se acuestan contigo y aún no los conoces. Basta con que te acerques a un espejo para verlos. Todas, sin que falte ninguna, están en ti.


3 comentarios:

  1. porque todos los blogs en los links tienen el nombre de su autor y 'apostillas literarias' ¿no?

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  2. a ratos he sentido algo parecido, moderadamente quiero decir, la verdad es que embruja la idea y da un poco de miedo ser todo eso y saberlo... lo doloroso es que es cierta

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  3. Un texto genial...y sí yo también lo he sentido.

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