Via Sacra




Creían tener voz las piedras cinceladas,
pero olvidaron los rostros y perdieron los nombres
que los libros repiten sin saber a quien llaman:
Severina, Metelo, Aurelia, Lucio y Placidia
no duermen entre la hierba,
son la hierba misma,
la hierba que hoy pisan
María, Paolo, Olga, Hakim, Claus,
despreocupados, extranjeros, leves,
casi invisibles,
ellos también hierba
que otros pisarán mañana con indiferencia,
nombres que no salva el poema,
esculturas descabezadas
que descenderán a ruina,
ruina que el viento llevará hacia la piedra
luego descartada por los arqueólogos,
absuelta al fin entre despojos.


Morimos aún más jóvenes,
sin otra enfermedad que la vigilia y el espanto.
El asfalto conoce nuestra sangre
y en los edificios dejaremos algún signo
donde sin quererlo perdure nuestra locura.
Falsificamos la misma verdad
que puede ser arrugada, extendida y lavada
sin peligro para su uso general y público.
Pero ese niño que juega entre los capiteles,
que detesta estos arcos y columnas,
se parece al que hace dos milenios encendía
la mirada hacia el futuro.
Ahora reconocemos su decepción, y las hormigas
transmitirán la nuestra, envuelta en cristales,
en fango y aluminio y huesos
para que otro niño pueda despreciar mañana
sobre las piedras de esta calle
la alucinada cabalgata de los siglos.

3 comentarios:

  1. Qué frío más raro te deja en las pupilas esa alucinada cabalgata, lenta y trágica.

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  2. Este es un poema muy hermoso, entre los más bellos que he tenido la oportunidad de leer de Bruno. Es muy fresca y atinada esa comparación de los nombres y personas con la hierba fugitiva (como las hojas homéricas). También está muy lograda una gradación de adjetivos que hay en un verso. ¡Enhorabuena! Adivino un futuro libro muy apetecible de leer para los seguidores de tu obra.

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  3. Sí, Olga, debe ser el frío de los siglos que se acumula en nuestra mirada. Un abrazo.

    Gracias, Iván, eres muy generoso. Yo también espero leerte pronto. Un abrazo.

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