Lo entreví mientras corregía una noche: era el apuntador, hijo de siete padres, viviendo agazapado entre las sílabas. Es poco más que una sombra, pero omnipresente y avara. Labra cuando descanso y no salva palabra. Hablador, entrometido y repugnante lo imagino, revolviendo a su gusto entre líneas, devorándome sin prisa. No hay oficio que ignore: enturbiar cada nombre, malvender adjetivos, reírse en la cara del verbo, estrangular el sentido o degollar la cadencia.
Lo sé, puerco: todo lo que incineras nos evita vivir entre despojos.
Ahora miro hacia atrás y sólo veo un desierto. Huesos, insectos, arena y rastrojos de algo que fue libro. Pasó el apuntador, eso fue todo. Nos cobró lo suyo, lo que le debemos desde que nacimos.
Sus leyes, que ignoro, me desdicen y me hunden.
Va quebrándome lento.
Aquí viene.
Los dos sonreímos en mi calavera.
Hermoso e interesante: como "el otro Borges" o el "oscuro animal" de Juan Gelman. Abrazos y enhorabuena.
ResponderEliminarTe estás volviendo loco, deja de trabajar tanto! ;-)
ResponderEliminarStefano