Notas para sobrevivir al Apocalipsis



Estos días se ve a muchos genios del arte desquiciados por la extinción de la cultura subvencionada, agraviados en lo más íntimo, hablando en nombre de ese ectoplasma llamado público, exigiendo las migajas que necesitan para sus proyectos artísticos.

El problema es que las migajas se las comieron los buitres que elegimos hace muchos años, y las que sobraron se las llevó el más listo de la clase a las Islas Caimán, donde descansan en paz en un féretro de alta seguridad bajo un sol esmaltado y felino.

Esa aparente injusticia que se comete con ellos solo revela una forma de la ceguera o del vanidoso delirio. Inclino aquí unas palabras de Auden, exactas para el caso. Son de su “Calibán al público” (la traducción es de Jordi Doce): 

No podríamos estar sentados aquí ahora, limpios, caldeados, bien alimentados, en butacas por cuyo uso hemos pagado, si no fuera por otros que no están aquí; nuestra vivacidad y buen humor son los de los supervivientes, conscientes de que hay otros que no han sido tan afortunados, otros que no lograron costear el estrecho pasaje o con quienes los nativos no se mostraron tan amistosos, otros cuyas calles fueron elegidas por la explosión o en cuyo país la hambruna recaló después de desviarse del nuestro; (…) 

Esos “otros” de los que habla Auden por boca de Calibán es a quienes deberíamos mirar primero cuando hablásemos de injusticia. Algunos están muy cerca, sobreviviendo a nuestro lado, rezagados en la gran marcha, casi siempre mudos. Escritores como Stasiuk han sabido darles voz y entregarles una dignidad. 


Pero hay artistas que no entienden y reclaman lo suyo, que en verdad es de todos. Hablan de la supervivencia del arte, de la defunción del cine o de la música. No faltará el bolonio que les aplauda la miseria mientras espantan al mosquerío. El arte ha sobrevivido a Goebbels, a Pol Pot y a Stalin, no hace falta que venga nadie a redimirlo.

Hay millones de personas que acarrean cajas en la tiniebla de almacenes donde no llega la CNN, sombras que no dicen su nombre y no tienen un hueco bajo los focos,  hombres que trabajan como esclavos y también, cuando les dejan, son artistas.

A ellos no les preocupa el Apocalipsis de la cultura. Ellos ya viven en el infierno y nadie ha conseguido callarles. Siguen cantando en voz baja, siguen pintando aunque se rían de ellos, siguen haciendo fotos incómodas y necesarias. Algunos incluso se atreven a bailar o a escribir. 

La torpeza de ciertos artistas no reside en recibir una subvención o una ayuda, sino en quejarse por no recibirla. Actúan como esos escritores de fabuloso quinqué que se creen inmortales y desprecian a todo editor que les dice “no”. Creen que todo el mundo debe apostar por ellos, que la historia les está esperando, que nadie puede atreverse a negarles su talento. 

Sé que en la covacha de la literatura se seguirá escribiendo aunque no haya presupuesto ni para suturar un libro con la piel de su autor, aunque desaparezca Internet y la blogoteca se disuelva en el aire como un rizo de humo al mediodía, aunque se hundan las editoriales y un ejército sonámbulo de lectores se aplique a traficar con harapientas ediciones en descampados de periferia, aunque no llegue el papel a estas costas africanas y tengamos que garabatear en los estrechos márgenes de una guía telefónica o un código penal, aunque no quede nadie que pueda llamarse escritor, aún así se seguirá escribiendo, porque la literatura no es un manicomio exclusivo para virtuosos, sino un salvavidas de la cordura.

Y lo haremos por placer y por maldad.



Imágenes: Mimmo Jodice y Alina Polanska

5 comentarios:

  1. Amén.

    Y mil gracias, Bruno, por esta espléndida entrada.

    Lúcida y valiente, entre otras cosas.

    Un abrazo, J12

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  2. Gracias, Jordi, por la generosa visita.

    Un abrazo.

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  3. Estupenda entrada, Bruno.

    Ya sabía que tú hasta sobre este tema eras capaz de escribir algo así.
    Esto tuyo es pan literario.

    Gracias por tu lucidez.

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  4. Gracias por tus palabras Antonio.

    Un abrazo

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  5. Potente. Hace unas semanas recibimos un correo dónde se nos llamaba a reclamar el pago de subvenciones de cultura con el argumento de que era la lucha de todos quienes se dedican al arte y la cultura (vaya mezcla), “subvencionados o no” subrayaba la llamada. Y en esa ocasión, tras reprimir un arranque muy grosero, también echamos mano del demoledor Calibán de Auden para dar una respuesta.
    Encantados.

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