Al volver la cabeza




Todos regresamos tarde a nosotros mismos.

Hay un tribunal donde no sirven las coartadas ni prescriben los delitos, donde un juez impiadoso lee con flema la sentencia condenatoria. Sonreímos al escuchar esas palabras, pero sonreímos porque son verdad y estamos perdidos.

A veces parece que nuestra labor es engañarnos, rizar esa mentira, comprimirla en una cápsula, tomarla cada día. A veces hay un generoso abogado que nos absuelve con retórica al otro lado del cristal de seguridad; otras veces preferimos el disfraz que nos permite olvidar durante unos minutos que somos presos. En el patio, a mediodía, intercambiamos píldoras: “yo soy inocente, te lo juro”, “y yo, claro, y todos”, “estaban todos untados, yo no hice nada”, "no tuve suerte, eso fue todo", y así.

Pero hay que volver a la celda cada día, aunque a todos nos guste retrasar ese viaje.

Y es un error, acaso el mayor de todos, regresar tarde a nosotros mismos.

Al volver la cabeza, como quien camina hacia atrás en el tiempo, Sísifos agotados que han de volver a sí mismos, debemos escuchar nuestra condena, y aprender a destruirnos o a resignarnos.



3 comentarios:

  1. Hacía tiempo que no pasaba por aquí, y la verdad es que ahora me arrepiento de no haberlo hecho antes. Grandísimo el texto, como siempre.

    Sabes? Si yo escribiera algo así, no podría evitar incluir la opción de "perdonarnos" (a nosotros mismos) al llegar a la conclusión final.

    Leyéndote uno llega a sospechar que el perdón nunca puede ser de uno hacia uno... Y supongo que siempre tiene que llegar desde los otros, y a veces este no es más que la sublimación de nuestra propia culpa. Mucho de lo que se lleva al extremo acaba saliendo por el otro lado. O algo así, no?

    Abrazos.
    D.

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  2. Gracias Bruno.
    Justo estos días necesitaba leer algo así.
    Un abrazo
    Alicia

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  3. Gracias, Diego, por la visita y por tu reflexión. Sospecho que el perdón del que hablas está dado en la resignación que cierra el texto.
    Un abrazo.


    Gracias a ti, Alicia. Me alegra creer que siempre nos leemos a nosotros en los textos ajenos. Yo también me leo, me escucho en ti.
    Un abrazo

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