Todo lo que pone José Watanabe en el poema mira en la misma dirección: alcanzar una voz creíble y no aflojar en el asombro ante la realidad. Para llegar hasta ahí se sirve de muchas herramientas, pero la más evidente y satisfactoria es la precisión de su lenguaje. Una precisión engañosa, que no necesita exhibirse para ser memorable.
Una voz que se equivoca, embarranca y a veces cae, pero que no teme equivocarse. No importa, incluso en la caída está de cuerpo entero.
En los libros de José Watanabe el poema nos llega con el tono de unos apuntes preparatorios, un lento relato, una historia contada a media voz, una fábula demasiado real o una realidad que se amista con la leyenda. Todo sucede al pasar allí, como si el autor no le diera importancia y nos lo contara con algo de vergüenza, añadiéndole a su timidez la exactitud y a su aparente espontaneidad la premeditación.
Con un poco de esfuerzo el lector encontrará el doble fondo de la maleta, las joyas de contrabando y las fotografías escondidas en un sobre americano.
En sus poemas puedes encontrar las apagadas manos del padre que ahora se encienden en el hijo; las llaves con que se abre la casa de las palabras para que suenen recién hechas, para que digan lo que no dicen; la muchacha que vive ocho horas en la oficina, mecanógrafa y sola, que come, trabaja y calla como un pájaro inalcanzable; la pequeña muerte del orgasmo que la mantis religiosa hace definitiva y piedra; el maratoniano retrasado y exánime que se vuelve metáfora del anciano, los dos igualmente rendidos en una carrera inútil.
Si debe elegir entre la palabra poética y la palabra exacta, Watanabe elige la segunda. Sabe que el detalle está siempre más cerca de la poesía que una sonora abstracción.
Otra de sus virtudes es saber llevar el poema hacia un lugar inesperado, allí donde todo se dirigía silenciosa e inadvertidamente. O no. A veces, para serlo y dar con el poema, debe ser cortante y cambiar el tono y negarse. Me equivoco. No sé. Lo intentaré. Ojalá. De eso va “Planteo el poema”, un poema que acaba con un propósito y una esperanza: “Yo debí escribir ese poema. Espero hacerlo algún día.”
Basta revisar su Poesía completa (Pre-Textos, 2008) para comprender que allí estamos todos, que esa voz nos explica y acompaña.
Inclino por aquí "El maratonista", del libro Banderas detrás de la niebla:
Te has metido solo en esto, muchacho,
pero tu lentitud nos angustia a
todos.
Después de tantos kilómetros, se acabaron
tus fuerzas,
pero todavía insistes en llegar a donde ya
no importa.
Esto ya no tiene sentido, no abuses
de nuestra piedad: anda a casa
y comprende que alcanzarte una esponja con
agua
fue lo único que pudimos hacer por
ti.
(Pero ama el niño que cree que puede
lanzar su energía como un rayo al centro
de tu cuerpo
y a la vieja
que se santigua como si viera pasar un
santo lastimado.)
Tus piernas son cada vez más
pesadas.
Conozco cómo es eso: también sé
lo que es ansiar desesperadamente
aire
para durar un poco más.
Al dar la curva encontrarás una calle
solitaria.
Cambia el paso allí, disimula tu fracaso y
camina
lentamente
pisando las hojas amarillas de la
morera
como hago yo cada día, ya libre de toda
competencia.
Creo que Watanabe pudo dedicarse a la poesía (o llegar a ser poeta) porque a su familia -de escasos recursos- le tocó la lotería.
ResponderEliminarPor una vez la suerte no fue ciega, ni bizca, ni miope.
Algo más que le debemos al azar.
ResponderEliminarGracias por el dato y por la visita.