Cuídate de tus sueños, parece decirnos Wittgenstein en uno de sus aforismos, porque están abarrotados de bisutería y falsos paraísos. Son sueños que deberían quedarse detenidos en su bruma original, incumplidos y dudosos.
Si el filósofo es quien cura en su pensamiento las patologías que acumulamos los demás, como afirma el austríaco, la filosofía sería una medicina del pensamiento, acaso una vacuna contra los lugares comunes, las verdades adocenadas y los dogmas de saldo. No es complejo entender que un cuento de Bábel o un poema de Walcott aspiran a lo mismo. Pero no es cierto. La filosofía y la literatura no curan nada. No hay en ellas una vacuna, no hay alivio. No busques un remedio en sus páginas, tampoco una respuesta. En el mejor de los casos la filosofía y la literatura queman. Destruyen aquello que no merecía perdurar. Arden en la noche, en la playa, frente al silencio de tantos. Proponen un olvido. Corroen y doblegan. Atraviesan la sombra de nuestro pensamiento.
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