La estación extraviada
Roberto A. Cabrera
Artemisa
Roberto A. Cabrera
Artemisa
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Roberto A. Cabrera (1971), aparte de su obra como poeta, publicó en 2007 esta breve narración. El libro está escrito en un solo párrafo que se detiene en la página 92. Si fuera una película diríamos que está filmada con un solo plano secuencia. Y una de las características inherentes al plano secuencia es que debe estar planificado escrupulosamente.
La estación extraviada es una elegía minuciosa, exenta de patetismos, volcada sobre la memoria, pero también es un ejercicio que pretende detener el tiempo, fijar una luz, custodiar una incertidumbre o un segundo de belleza, antes de que nos alcance la noche y todo se pierda en la ceniza.
Historia de un hombre que vivió sin los fatigosos trabajos del héroe o del villano, sin los halagos de la gloria, pero también sin atravesar los sótanos de la mezquindad. Esta es la historia de un hombre que podría ser cualquiera de nosotros, que se marchó sin dejar una huella, sin oponer resistencia; pero la prosa de Cabrera a transmutado lo cotidiano en misterio, la costumbre en diferencia, lo vulgar en insólito.
En un pasaje de este libro el narrador corrige bien a Montaigne, señalando que a veces la premeditación de la muerte no lleva a la libertad sino a la neurosis. No me cuesta nada aceptar que pasearse cada día por el filo del abismo pueda significar que acabemos nuestro paseo en el cómodo despacho de un psicólogo o el incómodo sotabanco de una histeria.
En algunos pasajes dedicados a la infancia del narrador el lirismo recuerda al Luis Feria de Dinde y Más que el mar. Pero ese pasillo es más una sintonía que una deuda, porque la voz de Cabrera nunca se pierde entre las voces ajenas.
Paralela a la historia de Julián, va surgiendo el relato del descubrimiento del mundo a través de la mirada asombrada del narrador, que sabe volver a la inocencia admirativa de la infancia sin perder el pulso de su relato.
Esta novela corta contiene también un bosquejo de bildungsroman, allí donde el narrador va tomando conciencia del mundo: tiene sus primeros contactos con la muerte, siente luego un adolescente desprecio por los adultos, se afilia a un partido político y más tarde vive los últimos meses de un enfermo terminal.
Existen incontables formas de aceptar y de enfrentarse a la muerte, quizá tantas como seres humanos. Cabrera ensaya y discute en este libro algunas formas de encararse con la nada, y de todas elige una muerte consciente de sí misma, sin alivio y sin engaños.
Mientras leía no he podido evitar trazar otro de esos pasillos que relacionan autores de formas acaso inexplicables. En este caso han sido las páginas en que se revisa con detalle el contenido del armario del tío, fallecido hace algunos años cuando el narrador hace su recuento. Enseguida he divisado al final del pasillo La invención de la soledad de Auster, y las páginas en que el americano se dedica a describir la casa paterna. Fotos, documentos, relojes… Cualquier objeto basta para devolvernos al que se fue, y cualquier objeto es una interrogación sobre lo que parecer ser y no es nada. No ignoro que ese pasillo lleva a casi todas las elegías narrativas.
Inolvidable exhumación literaria de un hombre que es todos los hombres la que ha firmado Roberto A. Cabrera. Su protagonista, como todos los que esperamos, estaba destinado a ser, tarde o temprano, literatura o nada.
La estación extraviada es una elegía minuciosa, exenta de patetismos, volcada sobre la memoria, pero también es un ejercicio que pretende detener el tiempo, fijar una luz, custodiar una incertidumbre o un segundo de belleza, antes de que nos alcance la noche y todo se pierda en la ceniza.
Historia de un hombre que vivió sin los fatigosos trabajos del héroe o del villano, sin los halagos de la gloria, pero también sin atravesar los sótanos de la mezquindad. Esta es la historia de un hombre que podría ser cualquiera de nosotros, que se marchó sin dejar una huella, sin oponer resistencia; pero la prosa de Cabrera a transmutado lo cotidiano en misterio, la costumbre en diferencia, lo vulgar en insólito.
En un pasaje de este libro el narrador corrige bien a Montaigne, señalando que a veces la premeditación de la muerte no lleva a la libertad sino a la neurosis. No me cuesta nada aceptar que pasearse cada día por el filo del abismo pueda significar que acabemos nuestro paseo en el cómodo despacho de un psicólogo o el incómodo sotabanco de una histeria.
En algunos pasajes dedicados a la infancia del narrador el lirismo recuerda al Luis Feria de Dinde y Más que el mar. Pero ese pasillo es más una sintonía que una deuda, porque la voz de Cabrera nunca se pierde entre las voces ajenas.
Paralela a la historia de Julián, va surgiendo el relato del descubrimiento del mundo a través de la mirada asombrada del narrador, que sabe volver a la inocencia admirativa de la infancia sin perder el pulso de su relato.
Esta novela corta contiene también un bosquejo de bildungsroman, allí donde el narrador va tomando conciencia del mundo: tiene sus primeros contactos con la muerte, siente luego un adolescente desprecio por los adultos, se afilia a un partido político y más tarde vive los últimos meses de un enfermo terminal.
Existen incontables formas de aceptar y de enfrentarse a la muerte, quizá tantas como seres humanos. Cabrera ensaya y discute en este libro algunas formas de encararse con la nada, y de todas elige una muerte consciente de sí misma, sin alivio y sin engaños.
Mientras leía no he podido evitar trazar otro de esos pasillos que relacionan autores de formas acaso inexplicables. En este caso han sido las páginas en que se revisa con detalle el contenido del armario del tío, fallecido hace algunos años cuando el narrador hace su recuento. Enseguida he divisado al final del pasillo La invención de la soledad de Auster, y las páginas en que el americano se dedica a describir la casa paterna. Fotos, documentos, relojes… Cualquier objeto basta para devolvernos al que se fue, y cualquier objeto es una interrogación sobre lo que parecer ser y no es nada. No ignoro que ese pasillo lleva a casi todas las elegías narrativas.
Inolvidable exhumación literaria de un hombre que es todos los hombres la que ha firmado Roberto A. Cabrera. Su protagonista, como todos los que esperamos, estaba destinado a ser, tarde o temprano, literatura o nada.
No conocía nada de este autor, ni siquiera había escuchado su nombre. Me alegra el descubrimiento.
ResponderEliminarLa verdad es que dan ganas de echarle un vistazo a ese libro después de leer tu crítica.
Saludos
Acabo de descubrir tu blog y me parece un interesante rincón para los que, pobres locos, amamos la literatura. Gracias por el excelente trabajo que realizas.Un placer leerte.
ResponderEliminarBendita locura esta de los libros, que es para algunos el único salvadidas.
ResponderEliminarHace mucho frío ahí fuera, así que
gracias a ti, Marisa, por la visita.
Ayer leí esta "Estación extraviada" y me ha encantado, es una narración exquisita. Tiene momentos de lucidez magníficos. Desde que leí tu comentario tenía ganas de leer este libro. Gracias de nuevo, Bruno.
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