Brodsky o la solidaridad en el dolor


A veces los poemas nos persiguen, como las ideas o las personas. A mí últimamente me persigue un poema de Joseph Brodsky:


Yo he entrado en la jaula en lugar de la fiera,
he grabado el apodo y la pena a hierro en prisión,
junto al mar he vivido, he jugado a la ruleta,
he comido en traje de frack con quién sabe Dios.
Asomado a un glaciar, medio mundo habré visto,
zozobrado tres veces, dos de ellas lograron rajarme.
Del país que me ha dado sustento he huido.
Quienes me han olvidado llegan a ser ciudad.
Me he perdido en estepas que el grito del huno recuerdan,
he llevado lo que ahora de moda vuelve a estar,
he cubierto almiares de negro sudario, he sembrado centeno,
agua seca tan sólo no he llegado a probar.
He abierto a mis sueños la pupila del guardia, siniestra,
he comido el pan del exilio sin dejar la corteza.
He prestado mis cuerdas a todas las voces, además del aullido;
he pasado al susurro. Y cuarenta en el día de hoy he cumplido.
¿Qué decir de la vida? Que resulta que es larga.
Que no soy solidario más que con el dolor.
Pero mientras no llenen de barro mi boca,
de ella sólo habrá de brotar gratitud.

La traducción es de Ricardo San Vicente.

Es como una biografía en veinte versos. En Brodsky abundan los poemas donde hace cruel recuento de su vida, unas veces con cierta niebla elegíaca, otras con el cuchillo satírico en la mano, la mayoría con la niebla y el cuchillo a la vez.

Una de las grandezas del ruso-estadounidense es que se entrega al poema sin medida, sin calcular riesgos, con una naturalidad desbordante.

Sólo puedo ser solidario en el dolor, asegura Brodsky, pero yo no sé si es posible la solidaridad en la alegría. Al menos en su sentido literario, como una compañía moral.

La literatura es un nepente: nos cura y nos hace olvidar. Aunque nos hable del horror, del crujido y del desgarro, del vacío y de la podredumbre, su objetivo no es hundirmos, sino llevarnos hasta la lucidez.

La poesía de Brodsky es fiel a ese paisaje de ciénagas, y como Auden, sólo parece salvarle la ironía.

De su último libro So Forth, en español Etcétera (Cátedra, 1998), con traducción de Alejandro Valero, recuerdo el largo poema "Fin de siécle" (pág.64), resumen del atroz siglo veinte, cruzado por un sarcasmo que sólo Brodsky podía ejecutar. Los últimos versos de ese poema dicen:

Al tiempo se le pide que frote su nueva superficie,
estoy seguro, infinitamente. A pesar de todo,

tu párpado está cayendo. Solo los mares
permanecen serenos y azules, y le dicen al alba: "Vamos",
que suena desde lejos como: "ya no".

Y al oír esto uno desea dejar el duro trabajo
cavando y quitando arena, y embarcar en un barco de vapor y navegar
y navegar con el fin de aclamar

al final no a una isla ni a un organismo de los que Linaeus nunca encontró,
ni a las bellezas de nuevas latitudes, sino todo lo contrario:
a algo sin importancia.


3 comentarios:

  1. Aún no he leído a Brodsky pero, desde luego, esta lectura tuya me estimula más de lo que ya estaba para hacerlo.

    "Se entrega al poema sin medida, sin calcular riesgos, con una naturalidad desbordante". Qué más se puede pedir de un poeta en medio del desastre del s. XX.

    "Navegar con el fin de aclamar a algo si importancia". Me encantan estos versos finales que has puesto: después de la "grandeza" del siglo XX no es extraña esta búsqueda de lo "pequeño".

    Por cierto, hablas de que el objetivo de la literatura no es hundirnos sino llevarnos hasta la lucidez. Esta "lucidez" en qué consiste para ti: Si tienes tiempo y ganas de responder, claro...

    Un saludo.

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  2. Espero que Brodsky no te defraude.

    Una página lúcida, según mi diccionario personal, es aquella donde se me entrega la conciencia del mundo y de mi lugar en él.

    En la literatura la lucidez cobra un impuesto: es necesario el talento para llegar hasta ella.

    Saludos.

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  3. Lo que más me interesaba saber era lo de ese "impuesto", que era, quizás con otras palabras, en lo que estaba pensando.

    Gracias por la respuesta.

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