Reisebilder, 5 / Edoardo Sanguineti



            5.

            dónde están los cuarenta poetas, ha dicho Tadeusz (pero quizá era
Yehuda quien hablaba): ¿no se encuentran los cuarenta? (y salvarán a la poesía): y ¿dónde están los cuatro poetas, atravesados hasta la muerte por la espada llameante del whisky: los cuatro encerrados por B. M. Scheffers, todos juntos (en otro restaurante del barrio) para un pequeño bridge de palabras?
                                                                                      y ¿qué fue de aquella,
si nació sin tus ojos, sin tus encías? (y no había siquiera una Mina
cualquiera que poner en medio: para así copiarla: precisamente con palabras)
pero yo copio tu cuerpo, ahora, como lo entreví en un sueño
esta noche: lo copio con estas palabras:
                                                                     avec ces petites proses en poème:




Poema 5 del libro Reisebilder (1971) de Edoardo Sanguineti.

 Trad. de B.M.

Taci, anima stanca di godere / Camillo Sbarbaro





Callas, alma cansada de gozar
y de sufrir (a una y otra cosa vas
resignada).
Ninguna palabra tuya oigo si te escucho:
nada de nostalgia por la miserable
juventud, nada de ira o de esperanza,
y tampoco de tedio.

Yaces como
el cuerpo, silenciosa, toda llena
de una resignación desesperada.
No nos sorprenderíamos,
verdad, alma mía, si el corazón
se detuviese, si hubiera suspendido
la respiración…

En cambio caminamos,
caminamos yo y tú como sonámbulos.
Y los árboles son árboles, las casas
son casas, las mujeres
que pasan son mujeres, y todo es
lo que es, solamente lo que es.

La sucesión de la alegría y del dolor
no nos toca. Ha perdido su voz
la sirena del mundo, y el mundo es un gran
desierto.

En el desierto
me observo con ojos secos a mí mismo.




 Del libro Pianissimo (1914) de Camillo Sbarbaro.

 Trad. BM

El apuntador




Lo entreví mientras corregía una noche: era el apuntador, hijo de siete padres, viviendo agazapado entre las sílabas. Es poco más que una sombra, pero omnipresente y avara. Labra cuando descanso y no salva palabra. Hablador, entrometido y repugnante lo imagino, revolviendo a su gusto entre líneas, devorándome sin prisa. No hay oficio que ignore: enturbiar cada nombre, malvender adjetivos, reírse en la cara del verbo, estrangular el sentido o degollar la cadencia.

Lo sé, puerco: todo lo que incineras nos evita vivir entre despojos.

Ahora miro hacia atrás y sólo veo un desierto. Huesos, insectos, arena y rastrojos de algo que fue libro. Pasó el apuntador, eso fue todo. Nos cobró lo suyo, lo que le debemos desde que nacimos.

Sus leyes, que ignoro, me desdicen y me hunden.

Va quebrándome lento.

Aquí viene.

Los dos sonreímos en mi calavera.


Bancos de coral / Giorgio Vigolo



Aquello que la fuerza de los milenios podía hacer sobre ellas, ya lo ha hecho; aquello que debía derrumbarse se ha derrumbado; pero lo que queda en pie es más resistente que los montes y las rocas. Todo lo precario de la arquitectura humana ha caído; sólo ha permanecido en pie la quietud elemental de las estructuras terrestres, una suerte de tectónica fundamental que hace de estas ruinas una precipitación geológica de la Historia: una acumulación de montañas donde siglos, imperios, pontificados y dinastías yacen amasados en una estratificación compacta: un cemento de huesos y de lluvia entremezclado con añicos de tiaras, con pedazos de púrpura, con coronas aplastadas. 

Bien visto, estas ruinas rojas no son otra cosa que bancos de coral en el fondo del celeste mar de la atmósfera, bajo las ondas espumeantes de las nubes. 


Fragmento de Canto fermo de Giorgio Vigolo.

Traducción de B.M.

El hambre de Pulcinella




En Villa Pamphili se encuentra la Casa dei Teatri donde veo una exposición sobre el Pulcinella, y en concreto sobre la recreación de este personaje hecha por el ilustrador Emanuele Luzzati. Asegura Nicola Fano que Pulcinella es el diablo, pero que los pulcinellas de Luzzati son los menos diabólicos que existen. Es cierto y es una pena, y quizá por eso estos dibujos que no me desagradan tampoco alcanzan a conmoverme. En la figura contrahecha del Pulcinella yo veo algo más humano, algo contradictorio y feroz, vívido y amargo.

La máscara nació en el siglo XVI bajo las malolientes lámparas de la Comedia del Arte, y aunque desde esa época no ha dejado de subirse a los escenarios y de pasearse por las calles, su verdadero éxito lo conoció en Nápoles y en el siglo dieciocho. Allí aún se le venera. 


Tras la máscara de Pulcinella uno se podía reír de los nobles y los reyes, de los dioses y de su sombra, de la familia y del matrimonio, del potentado y del sabio, esas burlas que tanto nos ha gustado prohibir y que a mí me parecen tan recomendables.

El Pulcinella es un siervo que quiere dejar de serlo, que no acepta su condición, y mientras se muere de hambre rebusca en el ingenio y en las bolsas ajenas cómo saciarla. 

El Pulcinella se hace el tonto por necesidad, y esa máscara es su único privilegio. Con ella puede soñar con pasar menos frío alguna noche, con comer algo más que pan y salir de pobre algún día. Son sueños, esos harapos de la mente que nos ponemos para seguir en pie. 

Pulcinella es el diablo y no es posible encontrar en él a un hombre bueno. Quizá si estuviera en otra situación, en otro lugar, si hubiera nacido en otra familia y educado de otra forma, sería bueno, pero donde le encajó el azar es imposible. 

La santidad no le interesa al Pulcinella, tampoco los enjuagues estoicos o el justo medio aristotélico. Pulcinella es un heredero de Baco, y aunque miserable, busca su cortejo, sus ménades y su botella. 

De monumental nariz, jorobado, barrigudo y feo, hace reír sin abrir la boca y cuando la abre no es para decir poemas. Sólo busca comida y dinero, y conoce todas las trampas y los juegos para conseguirlos, aunque salga siempre apaleado. Vive al cabo de la calle cuando tú estás llegando, nada se lo calla y sus golpes le cuesta. Charlatán, bufón y sacrílego, a veces niño, anciano a ratos y hambriento siempre. Hambriento de comida, de placer y de libertad. 

Despreciado por todos busca en la fullería, el embuste y el señuelo una dignidad que no le dieron los dioses. Su sonrisa es una de las más amargas que conozco. 


Via Sacra




Creían tener voz las piedras cinceladas,
pero olvidaron los rostros y perdieron los nombres
que los libros repiten sin saber a quien llaman:
Severina, Metelo, Aurelia, Lucio y Placidia
no duermen entre la hierba,
son la hierba misma,
la hierba que hoy pisan
María, Paolo, Olga, Hakim, Claus,
despreocupados, extranjeros, leves,
casi invisibles,
ellos también hierba
que otros pisarán mañana con indiferencia,
nombres que no salva el poema,
esculturas descabezadas
que descenderán a ruina,
ruina que el viento llevará hacia la piedra
luego descartada por los arqueólogos,
absuelta al fin entre despojos.


Morimos aún más jóvenes,
sin otra enfermedad que la vigilia y el espanto.
El asfalto conoce nuestra sangre
y en los edificios dejaremos algún signo
donde sin quererlo perdure nuestra locura.
Falsificamos la misma verdad
que puede ser arrugada, extendida y lavada
sin peligro para su uso general y público.
Pero ese niño que juega entre los capiteles,
que detesta estos arcos y columnas,
se parece al que hace dos milenios encendía
la mirada hacia el futuro.
Ahora reconocemos su decepción, y las hormigas
transmitirán la nuestra, envuelta en cristales,
en fango y aluminio y huesos
para que otro niño pueda despreciar mañana
sobre las piedras de esta calle
la alucinada cabalgata de los siglos.

Las oposiciones de Ulises



Este país crece en surrealismo a medida que lo descubro, y esto es algo que me desagrada pero no me sorprende, porque vengo de un país donde el surrealismo tiene sus legiones y su parroquia. 

En Italia las calificaciones de una oposición a notaría pueden tardar años en publicarse, provocando una espiral absurda. El opositor puede madurar, reproducirse, languidecer y morir sin conocer la estremecedora nota, y esa ignorancia última debe ser considerada una piedad, pues hubiera sido perverso recibir el aprobado mientras agonizaba. 

Otra posibilidad es que el opositor, desconociendo su éxito o su fracaso, se presente de nuevo a otra oposición similar. Esto permite que una sola persona pueda obtener dos o más plazas, abarcando no sólo un despacho, sino varios; si el opositor italiano insistiera, podría terminar invadiendo poco a poco varias oficinas hasta conquistar toda una consejería o ministerio. Parece imposible, pero nada es imposible en la tierra de Boccaccio. Aunque no se hayan publicado las calificaciones de las oposiciones pasadas, cada año se siguen realizando nuevas convocatorias. 

Conseguir una plaza de funcionario tampoco te asegura nada por aquí. Uno puede celebrar ese aprobado con sus amigos en el Trastevere, puede mojarlo con unas copas de rosso o de prosecco, pero nunca perderá la certeza de que es un título honorario. Me explico. En octubre se manifestaron frente al Palazzo Montecitorio, sede de la Cámara de Diputados, un numeroso grupo de funcionarios de papel. Los llamo de papel no porque sean unos pusilánimes, sino porque han ganado su plaza y así lo señala un papel, pero llevan años esperando que se les adjudique alguna oficina, sotabanco, zaquizamí, archivo o socavón. Parece que en Italia hay unas cien mil personas hacinadas en esa sala de espera. Todos aprobados, expectantes, furiosos.

Más que un opositor obstinado, en este país uno debe semejar a Ulises y prepararse para todo. En el camino habrá lotófagos, cíclopes y lestrigones, habrá que aprender todas las formas de la paciencia y de la desesperación, habrá que visitar el Hades y consultar al ciego Tiresias.

Pero Ulises no debe conocer el desaliento. Con suerte o sin ella, con la ayuda de los dioses o contra ellos, nuestro héroe seguirá luchando. Una mañana, tras muchos exámenes, después de varios lustros de padecimientos, al fin llegará una carta que le concede, a regañadientes, su aprobado. La aventura está lejos de terminar. Quizá ese opositor, gran optimista, pida un préstamo a sus amigos y familiares para ir acomodándose a la descansada vida que le espera. Pero la plaza de funcionario, el mullido sillón, el ansiado sueldo, se retrasan y retrasan sin explicación. 

Nuestro Ulises protesta, presenta reclamaciones y nuevas demandas, se manifiesta, se encadena a la columna de Marco Aurelio, se lanza en paracaídas sobre la Piazza del Campidoglio, hace huelga de hambre en el Panteón con otros veinte damnificados, todos conjurados bajo unas mantas. Al final, tras décadas de esfuerzos, consigue llamar la atención y le dan su plaza, su despacho, su silla y su renqueante ordenador. 

Ha llegado a Ítaca. Como funcionario ejercerá su oficio con una esmerada indolencia y un espontáneo desinterés. Quizá se vengará en silencio de tantas humillaciones provocando otras, y distraerá papeles, quemará reclamaciones y abrazará todas las formas de la apatía. Tras dos años de fatigosas desidias, se verá condenado a jubilarse. Está obligado por su venerable edad. 

Pronto tendrá tiempo para escribir su aventura, que bien pudiera ser una radiografía de este fabuloso país.