Estamos en una esquina de la literatura. Hay mucha basura, toneladas de reseñas imaginarias. Allí está Lem riéndose del Ulises de Joyce mientras reseña el insólito Gigamesh de Patrick Hannahan. Ese Gigamesh es una novela que aspira a contener o encriptar todo el conocimiento humano. Para conseguir eso en un número extenso pero limitado de páginas utiliza técnicas revolucionarias. Por ejemplo, si usted toma el capítulo tercero de esa novela y lo superpone invertido sobre el capítulo séptimo, obtendrá el plano exacto de la catedral de Nôtre Dame. Ese libro no es otra cosa que un monstruo, un logógrafo descomunal o un galimatías semántico sin otra función que el divertimento de su autor.
Otro de los libros que reseña Lem se titula Perycalipsis, y su autor parece ser Joachim Fersengeld. Una perycalipsis es una especie de apocalipsis que nos llega del pasado en forma de innumerables volúmenes inútiles o absurdos, y en forma también de aburrimiento e indolencia espiritual.
Fersengeld defiende ideas higiénicas con respecto a la creación literaria. Una de ellas es la inacción absoluta de los escritores. Nos propone la inacción como método para no seguir añadiendo basura encuadernada al universo. A los escritores que no publiquen se les abonará un sueldo, a los que publiquen se les sancionará con multas e impuestos. Tanto Joachim Fersengeld, como su inventor, el señor Lem, y quien esto escribe, estamos incumpliendo esa ley altruista.
El autor de Perycalipsis recomienda, es un autor coherente, la destrucción de su libro. Monterroso ya hizo esa recomendación cuando escribió: “Poeta, no regales tu libro, destrúyelo tú mismo”.
Leer las novelas del escritor polaco siempre fue como acceder a un festival de la inteligencia. Estas páginas asombrosas también nos abren las puertas de ese festival.
Basten esos ejemplos. No creo que exista otro libro igual, acaso sólo algún volumen de Papini, que me resulte tan sugestivo, donde detrás de cada puerta se abren diez puertas nuevas, y detrás de cada una de esas diez puertas un número igual e interminable.
Otro de los libros que reseña Lem se titula Perycalipsis, y su autor parece ser Joachim Fersengeld. Una perycalipsis es una especie de apocalipsis que nos llega del pasado en forma de innumerables volúmenes inútiles o absurdos, y en forma también de aburrimiento e indolencia espiritual.
Fersengeld defiende ideas higiénicas con respecto a la creación literaria. Una de ellas es la inacción absoluta de los escritores. Nos propone la inacción como método para no seguir añadiendo basura encuadernada al universo. A los escritores que no publiquen se les abonará un sueldo, a los que publiquen se les sancionará con multas e impuestos. Tanto Joachim Fersengeld, como su inventor, el señor Lem, y quien esto escribe, estamos incumpliendo esa ley altruista.
El autor de Perycalipsis recomienda, es un autor coherente, la destrucción de su libro. Monterroso ya hizo esa recomendación cuando escribió: “Poeta, no regales tu libro, destrúyelo tú mismo”.
Leer las novelas del escritor polaco siempre fue como acceder a un festival de la inteligencia. Estas páginas asombrosas también nos abren las puertas de ese festival.
Basten esos ejemplos. No creo que exista otro libro igual, acaso sólo algún volumen de Papini, que me resulte tan sugestivo, donde detrás de cada puerta se abren diez puertas nuevas, y detrás de cada una de esas diez puertas un número igual e interminable.