Decálogo de un aprendiz para escritores consagrados







1. Que no te quede ninguna duda: eres un genio. No atiendas a esos rencorosos que te tratan como te mereces.

2. No corrijas tus primeras mil páginas: no vale la pena. Si no encuentras mejoría en el segundo millar de páginas haz como todos: disimula y déjate sepultar por los premios.

3. Todas las drogas ayudan, pero no necesariamente a escribir.

4. No dejes que los elogios te distraigan. Escribe esa trilogía sobre la pobreza que tienes en la mollera, y escríbela a pesar de las terribles condiciones de vida a las que te ha llevado el éxito. 

5. Existe preferencia por el pijama a la hora de ponerse a escribir obras maestras.

6. Toda retórica es necesaria, excepto cuando es solo retórica. ¿Quién lo decide? El editor primero: todo libro es innecesario hasta que encuentra un editor. El lector después y siempre: toda lectura íntima es una ejecución pública.

7. No sigas los buenos consejos, aunque sean malintencionados. 

8. No leas (no hagas como esa gentuza): podrías descubrir que tu indiscutible originalidad es la última de una larga lista de repeticiones. 

9. La paradoja y la verdad se parecen, pero la primera es más necesaria y menos inestable. Esta frase es un buen ejemplo de las torpezas de la segunda.

10. Escucha al desplazado, al dudoso y al equivocado: tienen mucho que enseñarte. Escucha a quien te odia: es un sabio. Escucha a quien no te da la razón: debería ser tu maestro. Escucha esa voz que habla en tu cabeza cuando callas, esa voz que te propone una idea brillante, y recuerda que es una gran mentirosa. 




El aprendiz junto a una escritora consagrada



El árbol de la vida



Asómbrate de todo. Recuerda lo diminuto que eres y el maravilloso espectáculo que se te ofrece cada día. Aprende a volver a ser lo que ya fuiste. Nunca hagas lo que odias. Piensa que tu materia es endeble, y como ella estás condenado a la separación y al olvido. Observa cuanto te rodea como si la naturaleza fuera un inmenso espejo: todo lo que ves es lo que fuiste y lo que serás.

De eso nos habla Terrence Malick.

El árbol de la vida quiere ser una celebración panteísta. Lo extraño, lo inesperado, es que consigue serlo. Más que la tragedia de una familia tejana vemos el paso rítmico, fragmentado y a veces digresivo de un extenso poema. 

La película atraviesa todos los peligros de un cine reflexivo y lírico: la pretenciosidad, la acumulación de símbolos innecesarios, las especulaciones metafísicas. Terrence Malick cae más de una vez en esas trampas. La minuciosa ebriedad de su visión le permite erguirse de nuevo y seguir.

También se apoya en el libro de Job (otro poema): Dios envía moscas a las heridas que debería curar. 

Los justos sufren, los injustos son felices. Cumplir con una moral no es suficiente para ser feliz, nada lo es. 

Una misma palabra sirve para el horror y para la alegría.

El mundo se desmantela, agoniza y renace cada jornada. No esperes justicia del azar. No esperes otra ley que la ausencia de leyes.

Malick solo nos entrega su plegaria, cuya única fe es la belleza.


Rodrigo Olay


       
La literatura necesita algo más que ingenio para serlo, como necesita la retórica alguna sustancia para no quedarse en una pirueta verbal. Leyendo este Cerrar los ojos para verte, más allá del ingenio y de las volteretas, se distingue bien el talento de su autor: acelerar el pensamiento con el motor de las paradojas, afilar las metáforas y esconder el adjetivo (que debe morder sin ser visto), jugar a ser el otro, doblarle el cuello a la cita, reírse del dolor mientras el dolor nos sonríe. 

Ese talento ingenioso de Olay está lleno de peligros, de rizos retóricos que no consiguen elevarse, de bromas que no siempre lo son. Son caídas naturales: no hay gran escritor que no se haya partido la cabeza en ese aceite. 

En esta fiesta que nos propone Olay no hay que detenerse en las glosas ni en los juegos, tampoco en el libresco decorado, solo hay que bailar. Escuchar la música, desentumecer los huesos y aceptar el ritmo del verso: pronto verás que el poema busca ser memorable y que a veces lo consigue.



Cerrar los ojos para verte, Rodrigo Olay (2011, Editorial Universos)

Decálogo con paseo al fondo



El que pasea encuentra su filosofía por el camino, mientras avanza hacia ningún sitio, seguro de llegar al mejor de los lugares, que es ninguno y es todos. 

En ese viaje cualquier cadáver puede merecer nuestra atención: rojas serpentinas pisoteadas, última mueca de una fiesta que el viento retuerce; el suéter gris abandonado en el banco con una manga caída hacia el suelo, brazo muerto que espera a un forense improvisado; papeleras que nos hablan con la boca llena; el extenuado parlamento de las farolas donde se discuten leyes sombrías; breves hilos de conversaciones ajenas, fragmentos de un poema dadá; o una manzana pudriéndose sobre el muro de piedra atravesada por un metódico desfile de hormigas. 

A veces encuentro cosas mejores: escotes con banquete, discusiones políticas, conocidos que procuran no saludarme o taxistas barbudos que me guiñan el ojo. Hoy encontré este decálogo en alguna zahúrda de la memoria y me lo llevé de paseo. 



1. Desconfía de la buena educación, no siempre esconde las peores intenciones.

2. Sigue creyendo que tu verdad es la única posible: pronto descubrirás que necesitas matar a los que no te dan la razón para seguir creyendo.

3. Tener una fe te debería permitir levantarte por la mañana, ducharte y desayunar, pero nada más. Para tener una vocación o ir al trabajo necesitas una fe ciega, absoluta, metafísica. Sin esa fe ciega y ontológica es mejor no tener vocación, y en caso de tener trabajo, es recomendable odiarlo con minuciosidad.

4. Duda de tu ideología, aunque los otros crean que no la tienes porque te atreves a pensar. 

5. No hay forma de ahogar al pasado, de pinchar su salvavidas y dejar que se hunda con los ojos ciegos y las manos sin destino. Enterrar el pasado en una fosa oceánica es lo que desean todos aquellos que quieren una sociedad a su servicio: buscan militarizar la historia, uniformar la moral y promover desfiles gloriosos. Enterrar el pasado es la forma más rápida de asegurarse un futuro de helmintos.

6. Un suicidio a tiempo es una vida aprovechada. Reconoce que no existe mayor demencia que seguir creyendo en nosotros mismos. 

7. No temas enfrentarte a la ley, solo teme a quienes están dispuestos a defenderla o a destruirla dejando cadáveres en su camino. 

8. Desconfía de los que desean ayudarte, de los que quieren ponerse a tu servicio. No es improbable que sean ellos los que te ayuden a encontrar un ataúd a tu medida.

9. Todo placer es siempre poco. En el placer no existe el exceso, solo existe esa frontera en la que deja de serlo.

10. Hay un lugar donde puedes ser feliz, pero necesitas mentirte para encontrarlo. Acepta esa íntima mentira, camina sobre el espejismo.

Imágenes: Salvo Petri


Carta desesperada a una lectora




Para qué te voy a engañar: me ha molestado tu carta. Es la primera vez que me escribe una lectora, también es la primera vez que me escribe un lector, y yo estaba deseando que me exigieras un poco de sexo medieval (jaulas colgantes, correas, gregorianos, santos oficios de la lengua, madrigales, cirios, ya me entiendes) y resulta que solo te interesa mi cerebro, y de mi cerebro solo la parte dedicada en exclusiva a dar consejos. No existe esa parte de mi cerebro, pero aceptaré cualquier consejo para dejar de escribir. 

Post scríptum: el ensayito de diez líneas que me enviaste era tan malo que lo sospecho genial. Ese trineo que sobrevuela el desierto me dejó pensando. Tuve que recurrir a la ginebra para entenderlo. Ahora lo veo claro: eran tus obras completas. 

No me abandones. Solo soy un escritor y tú eres la única que se lo cree.