El idiota



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Del libro vive el impresor, el distribuidor, el librero y el editor, viven todos menos ese idiota, ese espantapájaros que no sirve para nada: el escritor.

Imagina que cometes el error de pasarte siete años escribiendo un libro, que ese libro es valorado por el editor y por sus lectores a sueldo con informes entusiastas. Imagina que se animan a publicártelo, que después de siete años vas a ver tus esfuerzos recompensados.

No imagines tanto: eres idiota. Y sin remedio.

Tu trabajo será remunerado, si tienes mucha suerte, con la misma cantidad que gana un peón de albañilería en un mes de trabajo. Y no es que uno piense que el agotador trabajo del peón esté bien pagado, o que escribir, por muy bien que se haga, pueda compararse con las mañas de un peón, pero a veces me atosiga una pregunta, acaso demencial: ¿queda compensado el esfuerzo de siete años de escritura con la misma cantidad con que se compensa un mes de trabajo con horario y contrato?

Publica Trapiello un artículo en el último número de Clarín, donde relata cómo el Presidente-Consejero Delegado de Paradores de Turismo de España, el ilustre señor Martínez, censura su artículo sobre León. Dejo que el lector busque la revista y se divierta con los detalles del asunto. Me quedo sólo con un dato que da Trapiello en ese artículo y que sirve bien al propósito de estas líneas. Señala Trapiello que por ese artículo sobre León la engalanada revista Paradores pensaba pagarle menos de lo que paga Clarín por un ensayo.

No puede ser, fue lo primero que pensé. Luego comprendí que no podía ser mentira.

Si así está Trapiello, que tiene pocos rivales en esto de escribir, ¿para qué vamos a quedar los demás? Nos harán picadillo y nos venderán al peso. Ya lo estoy viendo: cuarto y mitad de B, medio kilo de sobras de G, cien gramos de H, y así hasta que el camión de reparto traiga más carne del matadero.

Decía antes que el escritor que se pasa siete años trabajando en un libro y piensa que le van a remunerar los siete años de esfuerzo, o al menos dos años de trabajo, o al menos un año, o seis meses… Nada, ese escritor no entiende nada.

El escritor no sabe que los libros se escriben para que el impresor, el distribuidor, el librero y el editor puedan ganarse la vida con su trabajo. El autor es un filántropo, un santo, un inocente. Es decir, un idiota.

Esto que pasa con los libros es como si un cineasta escribiera un guión, buscara productores, dirigiera la película, la montara y luego fuera muy sonriente a promocionarla por medio mundo, sabiendo que todo eso le llevará unos tres años de trabajo. Acabado el trabajo, fracasada en taquilla la película, aunque con un par de críticas elogiosas en el zurrón, el guionista y director recibe como pago por sus tres años de trabajo lo mismo que un mozo de almacén o un reponedor de supermercado por un mes de trabajo.

No hay quien se lo crea. En el mundo del cine el sueldo ya va en el presupuesto de la película, porque escribir un guión, dirigir una película o interpretar a una zanahoria es un trabajo que merece una remuneración justa, mientras que escribir, al parecer, no es cosa seria, no vale nada, o vale menos que lavar una lechuga o levantar una caja.

Luego verán ustedes a las autoridades elogiando las glorias de nuestras letras, llenándose la boca con lo mucho que ellos ayudan a los escritores, sufriendo por lo mal que estos escritores lo pasaron en otros tiempos…

Lo mejor sería cerrar el Ministerio de Cultura y poner a sus funcionarios a escribir. Todos al circo, a escribir reseñas, a mendigar su artículo, a cobrar derechos de autor, a hacer bolos disparatados en los lugares más inverosímiles donde un escritor puede ser encajado.

Escribir no es un trabajo, eso no lo ignora nadie. Vaya usted a un bar y pregúntele a un parroquiano si escribir es un trabajo decente, una cosa seria, algo por lo que merece cobrarse un sueldo. Pregúntenle a mi padre o al suyo. Pues igual que el parroquiano y que mi padre piensan los que viven de los libros pero no son escritores.

No hay remedio. Si quieres escribir lo primero que debes hacer no es escribir, sino buscarte un oficio: profesor, bibliotecario, concejal de cultura, barrendero o fresador. Algo seguro, consistente, tranquilo. Y luego, en tu tiempo libre, escribes.

Pero no cometas el error de querer vivir de tus palabras. No hay nada que valga menos. El aire helado de parmesano con muesli de Ferran Adrià vale mil veces más que tu mejor libro.

Lo mejor sería quemarlo todo y empezar de nuevo.