La
calle es el circo que prometían las octavillas de la infancia, su apoteosis que
se multiplica en aceras que no acaban, el espectáculo infinito: solo debes bajar al asfalto, ser el que pasa o huye o persigue, aprender a disolverte en esa turbina que va a
ningún sitio, como quien ha decidido cumplir con un destino
indiscutible.
Observa con cuidado, no todos callan y avanzan.
Alguien parece perdido, y en su perderse tú te encuentras. Escucha al que habla
con su sombra, detente, es el esperado, el loco que acaba de nacer entre la
buena gente, tu único padre, profeta entre la inmundicia de los días.
Escucha al hombre que habla con el muro, que le
grita al árbol, que discute con los alcorques, que camina tenso y en círculo,
seguro de su inesperada revelación, afortunado en su caída, atroz en su verdad.
¿Quién no desearía ser ese hombre que no puede decidir nada, que solo arde en
un ciclo que la calle ignora, que crece hacia el pasado? ¿Podrías tú volar como vuela él entre las cosas? ¿Quién no desearía ser ese hombre si fuéramos menos
cálculo, menos espejo, menos invención?
Solo él parece un verdadero actor, tan verosímil que
los demás deben observarle para aprender, siempre con asco y temor, porque
gracias a él se descubren como actores en una obra que detestan. Al verle por
la calle no hay nadie que no entienda lo desafortunado de su papel.
Ve con él, puede llevarte al único
lugar donde entenderías algo, hacia el idioma del asfalto, tan desesperado como
exacto, el diálogo de las farolas y las esquinas, el edificio que cae hacia la
noche, los bares que cierran en la garganta del borracho, la risa del coche que
acelera en busca de una oportunidad en el más allá, el cristal que espera a su piedra,
la fotografía de familia que resplandece entre la basura, las primitivas
fábulas de la acera en las que se ha erguido la ciudad, los antiguos templos
que inventa la madrugada en una esquina, y el vértigo, esa madre.
Ve con él, no te detengas, debería ser tu maestro,
quien dicta los consejos, quien te abre la boca y te alimenta en cucharadas colmadas
de estricta demencia. Lávate en su vagabundeo, ensaya si quieres su retórica de
balbuceos, trama con él un mundo que te duela menos, porque no hay otra
escapatoria, porque no es posible dar un paso más que su locura que te llama
con voz nueva.
Foto: Mark Garbowski