Contempla el tamaño asombroso de nuestras
mentiras íntimas, que no son objetos decorativos, sino la casa misma
que habitamos, los pasillos de nuestro pensamiento, la falsa
orografía de la memoria, la cama en la que descansan nuestras
convicciones de humo. No sabemos hablar sin ficción, porque sin ella
nos disolveríamos como un gas en el aire, dispersos en una
deflagración de dudas, como bacterias que crecen y se multiplican
sin otro destino que una sonriente caída. Somos niños envejecidos que se
traman en el insomnio de la madrugada, ridículos esclavos de su
propia fábula, encerrados en una celda que nosotros mismos hemos tramado. La ficción acomoda nuestras certezas, nos cose a la
existencia, a su médula vacía, nos retiene en esa trampa antigua
que un día, hace ya muchos años, inventamos.
Necesitas
mentirte para seguir en pie, aunque sea en un frágil equilibrio de
animal moribundo, como quien avanza aturdido y quizá ebrio, cada día
más incomprensible para sí mismo, más perro, más lagarto, más
gusano.
Sí, y nosotros somos afortunados de poder acogernos a la ficción como salvavidas. Saludos
ResponderEliminarAsombrosas nuestras mentiras, siempre tienes razón. No dejes de escribir, Bruno. Eres fuente de inspiración para los que quieren superarse.
ResponderEliminarUn abrazo.