Intervalos




He recopilado todos sus mensajes para componer un retrato, pero el resultado ha sido monstruoso: la imagen era un espejo del recopilador.



Si depositas tu cuerpo en una cuneta, sin protocolo y sin aviso, serás bendecido por la naturaleza. No olvides, sin embargo, que nunca serás un símbolo, siquiera una mueca. Hierba sola serás. Hierba que se abre paso entre el asfalto.




Cuando hablo hay alguien detrás de mí que me corrige, alguien que se me parece pero que no soy del todo. Cuando hablo hay alguien detrás de mí que dice, con sabiduría, cállate. Cierra la boca. Escóndete. No vayas. Tu lugar es la página, repite. Sé que miente, pero hace años que acepté su demencia. El engaño no es un refugio, es el mundo.


Vivía sin remordimientos, sin esperanza y sin deseo, sin necesidad de Stasiuk o de Herbert, sin iglesias y sin excusas, sin hermanos y sin amigos. Lo vi una tarde y era como si no estuviera, como si la realidad se hubiera escondido en un lugar inaccesible para él. Era un no sabría, un tal vez, un desesperado todavía, un no sé, no hay, no quiero. Esperaba como una columna, absuelto por el tiempo, casi piedra. Las manos nerviosas le extrañaban. Su cuerpo era de otro. La voz sonaba como una ficción levísima, como si hiciera contrabando con el silencio. Vivimos, pero a veces, sin saber cómo, ese verbo no dice nada.




Baja la voz. El grito es una cobardía y un disfraz. Baja la voz. Deja que el pánico baile en silencio hasta el amanecer.




Alguien te reclamará de nuevo para que cumplas lo pactado. Debes huesos, ojos, extremidades. Debes nombres, ciudades, promesas. Llamarán para recordarte tus compromisos. Hay responsabilidades que no puedes incumplir. Hay horarios, proyectos, favores, amigos, acreedores. Respira y acude: es tu obligación. No te quejes. Levanta la cabeza. Alégrate de estar vivo. Sonríe, desgraciado.




El camarero soñoliento avanza con el café como quien está fuera del mundo. La fila de escolares canta desganada tras una profesora furiosa. Los dos abuelos han intercambiado sus medicinas. Las calles se han embarrado de mediodía. La mujer de la esquina sigue inventando excusas para no ver a nadie, siquiera a sí misma. Las hormigas han hecho colonia en una esquina de la cafetería. No se lo digas a nadie: permite que avancen, que tomen la calle, la ciudad, el mundo. Así será más fácil escapar.



                                                         Imagen: David Denil