Grillo: reiniciar ahora





Muy pocos entienden qué demonios está pasando en Italia, qué enfermedad se lleva incubando desde hace décadas, para que a un cómico llamado Beppe Grillo le hayan votado más de ocho millones de personas. Tampoco se entiende bien que el ganador sea un señor, Bersani, que ha perdido más de tres millones de votos, y no existe absolutamente nadie que entienda cómo Berlusconi sigue ahí, sobre el escenario, con su sonrisa tirante, remoreno, barbilla en alto, y no durmiendo en una cárcel.

Para explicar por qué Beppe Grillo es escuchado como una especie de nuevo profeta, aunque sea bajo, feo y gritón, es necesario comprender en qué se ha convertido la democracia por allí. 

Los italianos escuchan a Beppe Grillo porque ya no pueden seguir olvidando que viven entre la inmundicia. ¿Cómo es posible olvidar la demencia que se repite cada día? ¿Cómo evitarla si nos sale al paso cada mañana?

Vamos a intentarlo. Olvidemos.


Olvidemos a un político del cretácico como Berlusconi, un ángel acusado de prostitución infantil, cooperación con asociación mafiosa y abuso de poder, entre otras alegres baladas judiciales. Olvidemos que el año pasado fue condenado a cuatro años de cárcel, aunque eso en Italia es un asunto menor, fácilmente corregible. 

Olvidemos a Umberto Bossi, cuya actividad más reconocida en los últimos años fue roncar desde el escaño durante los debates parlamentarios. Olvidemos sus declaraciones, como aquella en la que sostenía que se debía acabar con los inmigrantes a cañonazos. Olvidemos que Bossi fue condenado por la financiación ilegal de su partido en 1994, el mismo delito por el que tres fiscales le investigaban en 2012, aunque en esta ocasión el flujo de dinero provenía, sin grandes disimulos, de la ‘Ndrangheta, la mafia más extendida en la región de Lombardía. 

Olvidemos. 

Olvidemos a Vittorio Sgarbi. Alguien que se presentó en 1990 por el Partido Comunista Italiano a la alcaldía de Pesaro, pero no tuvo éxito. Ese fracaso tuvo que devorarlo. La derrota debió fortalecer su carácter, porque meses más tarde se había convertido, por arte de encantamiento, en consejero en San Severino Marche, cerca de la costa adriática, en representación del Partido Socialista Italiano. 

Olvidemos que dos años después, en 1992, Vittorio Sgarbi se convertía en alcalde de San Severino. Olvidemos que ese mismo año se transformaba en diputado nacional por el Partido Liberal Italiano, partido que se define como antisocialista. El giro no estremece a nadie. Olvidemos que en 1994 es reelegido como diputado por Forza Italia, la coalición que lideraba Berlusconi. 

Olvidemos que en 1999 Sgarbi crea su propio partido: I Liberal Sgarbi-I libertari (Los liberales Sgarbi-Los libertarios). Eso no le impide ser nombrado por Berlusconi Subsecretario de Bienes Culturales. 

Olvidemos que en 2005 el señor Sgarbi desembarca en L’Unione, coalición de la izquierda moderada que lideraba Romano Prodi. Olvidemos su capacidad para camuflarse y sobrevivir en la selva. Solo una norma interna del partido le impide presentarse a las elecciones. 

Olvidemos las cloacas que recorre o los cerebros que conmueve, porque en 2006, en otro ejemplo de su arte para el escapismo, sale a la superficie como asesor cultural del Ayuntamiento de Milán. La elección es revocada en 2008. 

Olvidemos que ese mismo año Vittorio Sgarbi es elegido alcalde de Salemi, un pueblo de la siciliana provincia de Trapani, presentándose por un partido que se proclama de centro, que es la definición más exacta para todas las formas de indefinición. 

Olvidemos que a principios de 2010 la guardia di finanza, que persigue los delitos económicos, abre una investigación que es seguida por los diarios nacionales. Con gran soltura Sgarbi dimite, luciendo una frase que fotografía su quinqué: “Aquí la antimafia es peor que la mafia”. 

Olvidemos la última joya de Sgarbi, es del 22 de enero de este año: “Cosentino comparado con ciertos candidatos parece Winston Churchill”. Hay que explicar que ese Cosentino es el honorable Nicola Cosentino, político al servicio de la familia Casalesi. La afirmación no es mía, sino de los testigos protegidos que se han atrevido a declarar contra él.

¿Cómo olvidar a esta gente tan asombrosa y capacitada? ¿Cómo no ver en Grillo a la única persona que parece dispuesta a detener el virus y reiniciar el sistema?

Basta con observar cómo todos los grandes medios italianos retratan a Grillo para comprender que él no pertenece a la casta, que es el insecto que se ha colado en el banquete de los señores.

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Escena de calle



El poeta mejor soy de mi calle, 
pero mi calle, a la verdad, no es larga. 

Eso escribía Domingo Rivero en 1907. 

En 2013 mi calle, a la verdad, es minúscula, y está llena de poetas mejores que yo. Son poetas que no lo saben, y por eso lo son.

Ese niño que da patadas a un balón amarillento escribe, con cada gol imaginario, un poema asombroso. Él entiende este mundo y por eso solo juega. 

El cetáceo que lava su coche sobre la acera con un cigarrillo en la boca, ha comprendido bien el laconismo irónico de Simic, y por eso, cuando saluda, solo levanta las cejas. 

El gato pardusco que ronda los contenedores de basura avanza majestuoso y hambriento, propone finales anticlimáticos a sus paseos, y se duerme al sol si el sol le inventa.

Mi calle es tan escasa que el mundo entero cabe en ella. Solo tiene un sentido, y es fea y habla la jerga de la periferia, en una isla que es la periferia de todo.

Hay una forma de llegar a mi calle, pero siempre es en otra dirección. No hay más remedio que equivocarse para llegar.

Mi calle no tiene árboles, tampoco alcorques esperando a esos árboles, pero tiene farolas encorvadas y una brusca música de viento que golpea los cristales.

Mi calle, a la verdad, es minúscula, y no hay un solo tendejón en ella. No hay nada que pasear aquí, porque esta es una calle de gente sin leyenda, con dormitorios en penumbra y juguetes hacinados en los armarios, zapatos que vuelven del trabajo, horarios de arte menor, perros que pasean a su dueño desganado y una ventana abierta en un planeta no muy lejos del sol. 




Fotos: Douglas Ljungkvist y Salvo Petri

Palabras para Águeda


Busco tu nombre en internet esperando encontrar algún rastro, esos residuos que se van acumulando en las bases de datos como objetos perdidos,  espectros de las hemerotecas y los archivos.  

Encuentro tu esquela. Es indiferente, mínima, heladora, pero arde. Quema leer: 44 años. No me entiendas mal: sé que eran demasiados para ti, que hubieras preferido un viaje más rápido.

Lo hablamos muchas veces encerrados en un coche, iluminados por dos farolas de suburbio, con un cortejo de bloques por paisaje: a veces solo vemos una puerta entreabierta, y casi siempre es la salida de emergencia. 

Ahora estás libre al fin de ese enjambre de huesos que te mantenía en pie, libre de una memoria que no te dejaba respirar y del pudridero en que te nacieron.

Era una apuesta segura la tuya: perder siempre. Nada más fácil, te dije, buscando que aceptaras una apuesta distinta, un viaje de vuelta. Quise convencerte de esa locura que yo, muchos días, no me creo. 

La locura de existir, de no abandonarse, de levantarse cada mañana y para nada. La locura de creer que esto tiene  sentido, y que si no lo tiene podemos engañarnos y seguir respirando, y si cuesta respirar aún podemos reírnos antes de que llegue la ambulancia y pongan tu nombre en una lista y digan fue.

No conociste otra indulgencia que algún silencio compartido, ni se acercó a saludarte otra absolución que un conductor borracho o un esposo criminal. Tu hogar podía tener el aspecto que para nosotros tienen los vertederos. Tu familia defendía su territorio con todas las alambradas que admite la pobreza, y el mundo, en fin, aunque a veces soñamos otra vida, no fue un buen lugar para ti.