Para llegar a Marianne Moore

 Cada poema es una cifra de todos los poemas, y por mínimo que parezca su universo, por concreto y escorado que nos llegue, el poema no quiere reconocer sus límites. Los panteístas observan lo real como un solo organismo múltiple, como acaso lo observó Plotino, como lo intuyó Giordano Bruno. Para los panteístas cada piedra y cada fuente es Dios, también el tilo y los vencejos y las hormigas, también el lagarto y el ser humano. Para el poeta panteísta todo lo real es por igual materia de esa página que no acaba y que detiene el tiempo. Su forma de concederle a un cartel publicitario, a una silla sin cuerpo o a la voz del viento la posibilidad de habitar el poema es su manera de sacralizar la vida, de entender que todo lo real puede ser poesía.

Marianne Moore fue una laboriosa perseguidora de ese poema impersonal y complejo que quiere reflejar el asombro ante el mundo, ese poema donde el yo nunca se exhibe. Sus composiciones tienen algo de verso meticulosamente moldeado hacia el ritmo de la prosa, de largas oraciones repletas de meandros digresivos, de esquinas donde habita por igual la naturaleza y la historia, donde el pelaje de un animal sirve para hablar de un pintor o para descartar una filosofía. Su poesía prefiere la originalidad al refinamiento, la naturalidad expresiva a la oscuridad, el relámpago sarcástico a la idealización, la écfrasis a la teoría.

Moore no deseaba una obra que pareciera acabada, una especie de Apolo de Belvedere esculpido en honor de un clasicismo que podía admirar, pero que le resultaba ajeno. En eso Moore fue inevitablemente hija de su época, como sus compañeros de generación, como T. S. Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens o William Carlos Williams, atareados en convertir su literatura en un desvío en el camino.

 

Cierta adoración escolar por los animales cruza su poesía, con algo de bestiario y de alegoría, con páginas recorridas por serpientes, elefantes, petreles, cisnes, basiliscos y pulpos, y no solo para celebrar la existencia o para entretenerse en la filigrana descriptiva donde se sabe maestra, también recurre al pavo real para retratar a Molière (ese que fue víctima y azote de su época), y no deja animal al que compararnos, tantos cerdos y cucarachas y gusanos nos explican e igualan.

Sabe entender esta poesía a la vasija de barro, su antigua profesión de humildad, su forma de crecer ante la sed; sabe contemplar a la majestuosa ave de rapiña, que ningún corral hace parecer absurda; reconoce en una página que el esnobismo no es más que una forma de servilismo que se camufla en los salones donde solo burbujea una inteligencia decadente; retrata a Nueva York con la distancia socarrona de una fundadora que volviera para reconocer que aún seguimos negociando con pieles y con el ingenio barato de las corrupciones; sondea el matrimonio, esa empresa que no admite cambios de opiniones, que convierte en contrato lo que fuera deseo, que nos pide que nos hagamos añicos como un vaso lanzado contra la pared; observa a los negros, “esa raza selecta con una elegancia que nuestra ignorancia ignora”; entiende que toda la belleza del arte puede estar detenida en una botella egipcia de vidrio soplado en forma de pez, memorable como un viaje en el tiempo a través de la fragilidad acuosa de un sueño; define su poética como un diálogo donde el pasado es presente, porque si el verso evita la rima, como sucede en la Biblia, y le damos una oportunidad al asombro, “yo volveré a ti”, nos dice, segura de que el futuro será caprichoso, pero también que existe una oportunidad para su voz; fotografía al pangolín, esa fábula viviente, animal humorístico, porque el humor nos ahorra tiempo y nos educa; en otra página exige a los poetas un poco menos de ruido y de vanidad, que también la trompa del elefante escribe, que no todos son diamantes, que a veces está bien el color esmeralda de la hierba.

El viaje que nos promete este libro es complejo y cristalino a la vez, como la naturaleza que hace de gran tutora en sus poemas, y que muy pocos como Moore han sabido traducir al limitado lenguaje de los seres humanos, a la sustancia dudosa del poema. Si hemos de volver, si mañana seremos leídos, la voz de Marianne Moore regresará con nosotros, con su espejo irónico y su esplendor descriptivo que a la vez nos sonríe e interroga.


3 comentarios:

  1. Fantástico. Tenía mis dudas de si pillarme su poesía. Un abrazo,Bruno.

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  2. Otra vez... 🤦‍♂️... El comentario es mío... 🤷‍♂️

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  3. Gracias por la generosidad, Sergio. Un abrazo.

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