Notas para un diccionario personal




CRISIS.

1. Estado de perfección del capitalismo. 

2. Refinado sistema que utilizan los pobres para abandonar su estado de necesidad y trepar hasta las opulencias del mendigo. 

3. Estado civil del hambre. 


BANCO.

Lugar donde la suerte de arruinarse a la intemperie no exime de la posibilidad de enterrarse bajo una hipoteca.


GOBIERNO.

1. Firme garante de la imposibilidad de todo desarrollo. 

2. Propensión de la inteligencia a su autodestrucción a través de una secuencia de contradicciones ofrecidas en rueda de prensa. 

3. Masturbación política. 

4. Proveedor mayoritario de los sepultureros. 



TURBULENCIA ECONÓMICA. 

Pánico de los socios en una tarde de lluvia en el club. El pánico se vuelve epidemia en los medios de comunicación. La epidemia produce una reforma legislativa, según la cual los pobres deben abonar varios miles de millones de euros para romper esa cadena de atrocidades y devolver la tranquilidad, el sol y la justicia a los socios del club.


MUERTE. 

1. Estado de gracia que permite al hipotecado saldar su deuda gracias a la connivencia de un seguro.

2. Estado resultante de aumentar los impuestos, acelerar la productividad y disminuir los sueldos de forma simultánea.

3. En algunos países: condecoración entregada a ciertos individuos por instigar a sus conciudadanos a cometer actos en favor de la libertad.




Foto: Andreas Gursky

Dos apuntes sobre nacionalismo


Sentirse orgulloso de ser español, catalán, tejano o canario es como jactarse de tener bazo, esófago o vesícula biliar. No parece posible que nadie haga exhibición de semejantes atributos. Ser de cualquier sitio es siempre una desdicha. 

Sería mejor enorgullecerse de haber aprobado un examen o de haber ganado una partida de ajedrez, por poner dos ejemplos minúsculos. Pero se ve que el orgullo es propenso a las patologías, y así la gente convierte un accidente (nacer en Manganeses de la Lampreana, en Edimburgo, en Chaguanas o en Yakarta) en un asunto trascendental. 

Cuánto orgullo sienten por tener hígados, clavículas o páncreas, y qué placer el suyo convirtiendo el asunto en una ideología, una profesión o una fe. 

*
Aún quedan seres humanos que se preguntan si, al atravesar cualquier frontera, dejarán de ser humanos y se convertirán al instante en cangrejos, simios iletrados o protozoos unicelulares.

Este temor proviene de la exaltación de los valores nacionales que cada territorio propone, valores que suelen aplicarse a cada individuo que se envuelva en la bandera respectiva. Observada esa glorificación de sus capacidades, esa multiplicación de su inteligencia y esa sacralización de su historia, el diminuto extranjero, al atravesar la frontera, se convierte en poco más que una larva.

No es extraño que algunos afirmen que alimentarse de él o pegarle un tiro no debe ser delito.


En el mundo de Carrick





En el relato “Exilio”, del escritor americano Edmond Hamilton, un grupo de escritores de literatura fantástica hablan de la posibilidad de crear un universo paralelo, un mundo imposible. No es nada nuevo, solo su trabajo. Entre ellos se encuentra Carrick, que les recuerda lo que ya saben: que ha fundado un universo nuevo para sus novelas. Luego añade: no solo he inventado ese universo, también me he visto obligado a vivir en él.

Esa confesión atosiga a sus amigos. ¿Vivir en tu mundo imaginario, salir a la calle y descubrir sus limitaciones, ser uno más entre los fantasmas de tu imaginación? 

El whisky escocés no les impide discutir algunos detalles de ese mundo. El mundo de Carrick es un planeta con seres a medio civilizar, que se debaten entre la barbarie y las supersticiones. Un mundo que permite la vida, pero que también la amenaza sin descanso. 

Era un mundo adecuado para mi narración, asegura Carrick, y solo faltaba un detalle: su creador. Decide entonces incluirse en ese nuevo mundo, habitar esa realidad de la ficción. Luego se durmió extenuado. 

Al despertar se encontró en ese otro mundo, hijo de hijos que habitaron ese mundo, familiarizado con cada detalle. Solo una cosa le distinguía de sus semejantes: tenía la creencia de haberlos inventado a todos. Nunca se atrevió a decir nada. Temía que lo tomaran por un loco.

Un día, cansado de ese otro mundo, Carrick siente la necesidad de regresar. Pronto descubre que el regreso no es posible. El billete solo era de ida. Atrapado en ese otro mundo, Carrick terminó por llevar allí la misma existencia que en el nuestro, y se ganó la vida escribiendo historias.

El relato de Edmond Hamilton no acaba, solo se detiene. Un amigo le pregunta a Carrick cuándo volvió a nuestro mundo. Él no se alarma y responde: “Nunca regresé”.

Todos estamos atrapados en el contrahecho mundo de Carrick, dando vueltas en un tiovivo mal alquitranado, arrastrados por una novela cuyo absurdo se renueva, sobreviviendo entre el espanto y el humor desesperado.  

No me preocupan las torpezas del autor o su desdichado argumento, solo me inquieta la repetida incapacidad de los personajes para contradecir a su creador y dignificar  ese invento.



Foto: Gilbert Garcin