La
prosa desatada que nos entregó Céline es la prosa que tanteó Zola
pero que nunca consiguió formular. Quizá por ese motivo Viaje al
fin de la noche fue una
novela insoportable, renovadora y catártica para los lectores de
entreguerras, unas cualidades que pueden haberse debilitado noventa
años después, pero que no han desaparecido. Céline es el narrador,
y acaso lo será siempre, que le concedió a la oralidad su capacidad
para ser gran literatura, el que supo unir con expresividad el
insulto y la obscenidad con la descripción poética y la reflexión,
y por eso la influencia de su gran libro es asombrosa en la
literatura contemporánea. Sin él no es posible explicar a Henry
Miller, Charles Bukowski, William S. Burroughs, Jack Kerouac, Michel
Houellebecq y a tanto otros escritores a los que ha influido sin
remedio.
La
razón por la que Céline no es un escritor tan celebrado como Proust
es que todos reconocen dos cosas en él: el genio y la desgracia.
Vemos al antisemita y al colaboracionista, y solo podemos sentir
repugnancia. Luego leemos esta novela fabulosa, este libro que nos
explica como seres humanos, que acierta tantas veces y de una forma
tan excepcional, y comprendemos que estamos condenados a instalarnos
en la contradicción. Incluso un escritor judío como Philip Roth
reconocía que esta era una novela esencial para entender la
literatura de nuestro siglo, que era una obra apabullante, salvaje y
hermosa, pero que nunca se hubiera tomado un café con su autor. “La
literatura no es un concurso de belleza moral”, escribió Roth.
El
protagonista de Viaje al fin de la noche, Ferdinand Bardamu, se alista en el ejército
y termina luchando en la primera guerra mundial. Enseguida descubre
su error, la desgracia que ha cometido, porque él no siente ningún
odio por los alemanes, no quiere matar a sus semejantes y no quiere
morir, pero es tarde, demasiado tarde, y ese error destruirá para
siempre su vida, porque Bardamu se ha convertido en un saco de huesos
y carne al servicio de la gran matanza, un animal más que debe ser
sacrificado en nombre de unos ideales que detesta. Bardamu empieza entonces su carrera febril para
escapar de la guerra, una carrera en la que conoce a Robinson, que
también quiere desertar. Bardamu se hace pasar por loco, pero el ejército no se fía,
como sucede con el resto de bajas psiquiátricas, y lo mantienen
vigilado esperando descubrir su teatro. En ese período obtiene un
breve permiso de convalecencia que le permite ir a París, donde
conocerá a Lola, una americana de la que se enamora al instante,
pero ella solo se siente atraída por los héroes militares, por
aquellos que están dispuestos a matar y a morir, y Bardamu, aunque
al principio miente sobre su pasado, es cualquier cosa menos un
héroe. El protagonista debe reintegrarse al ejército y enseguida
le invade el terror a caer en una guerra que desprecia, a convertirse
en otro cuerpo deshecho en mitad del silencio. Pronto vuelve a un
manicomio y después de varios traslados y penurias lo dan por
irrecuperable y lo envían a las colonias africanas. Allí Céline
destila su prosa ácida y nos muestra un sistema colonial que solo
existe gracias a la explotación de los esclavos negros, pero donde
la corrupción de los funcionarios, el crimen y la enfermedad
sobrevuelan cada gesto, chamizo o comercio. Para escapar de allí se
embarca como remero y llega a Nueva York, donde no le espera la gran
vida, sino otra forma de la pobreza, no menos extensa. Termina
trabajando a una fábrica de montaje de coches Ford en Detroit, donde
descubre que la mecanización del trabajo y la monotonía pueden
destruir a un ser humano en muy pocos días. Allí se termina
enamorando de una prostituta, Molly, a la que libera de su trabajo y
con la que sueña llevar una vida sedentaria y plácida. Es un
espejismo, porque Bardamu sabe que no fue hecho para esa vida, como
tampoco fue hecho para la guerra o para trabajar en una cadena de
montaje. Debe volver a Francia y justo antes de hacerlo, en un gesto
insólito en este libro impiadoso, en una novela empeñada en mostrar
la maldad y la degradación humana, Céline le dedica una página
amable a Molly, a la que nada tiene que reprocharle, a la que
reconoce que siempre amará. Bardamu obtiene en París su diploma de
médico y ejerce su profesión en un barrio paupérrimo, donde la
vida misma ha degenerado hasta mezclarse con el barro, la miseria, la
desesperanza y la maldad, hasta llegar al fin de la noche.
Viaje
al fin de la noche es el retrato incómodo y despiadado de un
mundo que se deshace y el anuncio de la masacre en la que se
convertirá el siglo XX y
de la desorientación existencial en la que aún vivimos. La prosa de
Céline es vivísima, corrosiva, poética, reflexiva casi siempre,
pero nunca es una lengua literaria en el sentido solidificado y
mortecino del término, sino una lengua expresiva. El libro está
minado de personajes y de tesis que nos acusan, de espejos que nos persiguen: la imagen que muestran es atroz, pero no es
la imagen de un extraño, sino un extenso autorretrato
colectivo. No deberíamos mirar para otro lado.