Medir la celda





Medir la celda, medir. Eso era todo, entrar en lo real como quien accede a la pesadilla, y allí dentro, instalados en el juego, calcular el tamaño de nuestro vacío, porque no queda otra opción, porque eres diminuto, insecto, prescindible. Hace 102 años sucedió lo mismo, y nadie pensó que fuera posible esa repetición atroz. Dentro de uno o dos siglos volverá a suceder, y nadie lo creerá posible.

No importa a quien leas ahora, porque en cualquier salvavidas hay siempre un ahogado. Los libros se endurecen al contacto con una realidad dramática. La curva de la conciencia de Lispector, sus manos que arden o sus asombros melancólicos no te curan. Tampoco el vuelo de Calvino a través del sendero de los nidos de araña, senderos del callejón, de la resistencia y de la guerra. Tampoco las plegarias de Brodsky, desengañadas y agónicas, bordeando el precipicio, escritas como medicinas contra la tormenta. Ahora nada te alivia.

Sin remedio hablas con los que no quieres hablar, amas a los que no te aman, callas ante aquellos que te ruegan una palabra, y eres cuanto no quieres ser, y no sirves siquiera para ser tú mismo, para entender lo que eres.

De estos días en los que medimos la celda una y otra vez no aprenderemos nada. Somos animales demasiados tercos. No aprenderemos nada.

Volverás a ser el que cae, porque no conoces la mecánica del vuelo, los hábitos del sol, la espontánea alegría de la indiferencia. Alguien vigila desde la torre del pasado, hace su ronda, te observa desde lejos, sabe tu nombre y tus errores, conoce cada uno de tus vicios, y nunca te pedirá nada. Alguien te vigila desde la torre del pasado.

Por eso escribimos como quien se abandona, porque después de tantos años, de tantas páginas, las palabras se deshacen cuando las pronunciamos, las palabras nos engañan. Hoy nos rodea el gran vacío del mundo. Duermen el asfalto y las montañas, la autopista y la ciudad, duermen la isla y el idioma, duermen las tierras bajas del mar, las nubes donde alguna vez, cuando niño, encontramos un plan de fuga. Duerme. No pudo ser, repite el vigilante con su sonrisa desdentada, no pudo ser. Solo te queda describir el tamaño de este enorme vacío que recorre el mundo. Cansar las esquinas de la jaula. Volverte silencio. Medir la celda.