El arte de no hacer nada

 


 

Cada verano rozo mi sueño de no hacer absolutamente nada. Nunca lo consigo, pero acercarse es suficiente. Nada me alegra tanto como las horas que perdí a conciencia, horas que dejé correr, que me aliviaron en su olvido, ligeras, medicinales. El arte de no hacer nada se ha vuelto complejo en un mundo donde toda persona está como obligada a ser productiva, a no ceder nunca a la inacción, a correr, trepar, vender. Nadie parece capaz de detenerse y contemplar una calle o un árbol. Hemos confundido la vida con la urgencia. Hemos dejado que la trampa del futuro nos ahogara el presente. Nos educaron para no ceder nunca, atosigados en la búsqueda, febriles y compulsivos. Siempre puedes hacer más y hacerlo más rápido, aseguran. No conocer, solo visitar. No saber, solo parecer que sabes. Por eso, aunque sean pocas, me alivian esas horas en las que aprendí a no hacer nada.

 

                                                Imagen: Andrea Modica