Palabras para Águeda


Busco tu nombre en internet esperando encontrar algún rastro, esos residuos que se van acumulando en las bases de datos como objetos perdidos,  espectros de las hemerotecas y los archivos.  

Encuentro tu esquela. Es indiferente, mínima, heladora, pero arde. Quema leer: 44 años. No me entiendas mal: sé que eran demasiados para ti, que hubieras preferido un viaje más rápido.

Lo hablamos muchas veces encerrados en un coche, iluminados por dos farolas de suburbio, con un cortejo de bloques por paisaje: a veces solo vemos una puerta entreabierta, y casi siempre es la salida de emergencia. 

Ahora estás libre al fin de ese enjambre de huesos que te mantenía en pie, libre de una memoria que no te dejaba respirar y del pudridero en que te nacieron.

Era una apuesta segura la tuya: perder siempre. Nada más fácil, te dije, buscando que aceptaras una apuesta distinta, un viaje de vuelta. Quise convencerte de esa locura que yo, muchos días, no me creo. 

La locura de existir, de no abandonarse, de levantarse cada mañana y para nada. La locura de creer que esto tiene  sentido, y que si no lo tiene podemos engañarnos y seguir respirando, y si cuesta respirar aún podemos reírnos antes de que llegue la ambulancia y pongan tu nombre en una lista y digan fue.

No conociste otra indulgencia que algún silencio compartido, ni se acercó a saludarte otra absolución que un conductor borracho o un esposo criminal. Tu hogar podía tener el aspecto que para nosotros tienen los vertederos. Tu familia defendía su territorio con todas las alambradas que admite la pobreza, y el mundo, en fin, aunque a veces soñamos otra vida, no fue un buen lugar para ti. 




1 comentario:

  1. Hermosa y lúcida carta de despedida, contenido réquiem para este mundo fugaz y burocrático en el que todos somos el hijo de un sobrino del nieto de casi nadie, o algo así, y lo sabemos mientras bajamos los peldaños del desconsuelo a la espera de que alguien descorche la desolación.

    ResponderEliminar