En el centro de la alucinación

 



La palabra volver es una trampa. Quien regresa nunca regresa. La memoria protege una luz que no existe, que quizá nunca existió, excepto en sí misma, en esa falsificación a la que llamamos memoria.


¿Son los otros más dignos, más fuertes, sólidos e invulnerables, o solo se engañan de tal forma que nunca sienten que se estén engañando?


En todas las pinturas de José de Ribera no hay tanto una agonía como una desesperanza. Las sombras trepan por los rostros, se filtran en las telas, hacen nido en las manos. En su Ecce homo la luz se diluye en una piel enfermiza. Es como si la vida, más que llegar a la tela, se desvaneciera en ella. Todo en Ribera es despedida del mundo.


La vida parece cierta cuando crees, porque hay en ella espesura y motivo. Por eso los que no creemos en nada vivimos a la intemperie, justo en el centro de la alucinación.


Las palabras se nos deshacen con el tiempo. Decimos dolor y cuerpo y abandono, y sabemos que esas palabras han sido desplazadas de su lugar, vaciadas hasta el silencio. Decimos entonces hueso y uña y gusano, palabras cuyo peso sentimos, palabras que nos hieren o señalan, que cortan la lengua, y pensamos, equivocados, que eso podría rescatarnos.


El miedo es la tierra que utilizamos para enterrarnos en vida.


William Carlos Williams creía en la sobriedad retórica, en la precisión verbal, en una voz que nunca se despeña hacia la insistencia, en una poesía que sabe callar. Creía también que el poema nace de lo observado y nunca de lo mental. Solo con la combinación de esos dos principios son posibles poemas como el de la anciana que mastica ciruelas con el cucurucho en la mano, o la mujer que sentada ausculta el interior de su zapato con los dedos en busca del clavo que le hace daño, o la camarera de ojos grises, mirada esquiva y manos ásperas que se mueve en el ámbito de la cafetería, no lejos de las gaviotas que sobrevuelan el océano, o esa página que nos indica de dónde nacen sus poemas, cuál fue el sustrato esencial, la materia que no deberíamos evitar, y que no es otra cosa que cuanto te rodea cada día, los objetos y las personas con quienes has construido el mundo, eso que una vez despreciaste por vulgar, aquello que se te ofrece sin descanso y te llama en silencio. Escucha esa voz: es el idioma del mundo.

    

Imagen: Alen McWeeney


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