Purple Haze

 


Nada aprecio tanto como a esa gente malvada, puros delincuentes nuestros de cada día, enemigos públicos, hermanos, esa gente que no dice su nombre cuando es generosa, que no levanta la voz para jactarse de su humildad, que le paga un café a un desconocido de ojos desesperados o cede el asiento en el tranvía sin decir una sola palabra, con la sutileza de un bailarín. Amo al que comprende que molesta y no insiste en la pregunta. Amo al que detecta el error ajeno y podría corregirlo, pero sabe que no es el momento, que ahora no sirve de nada la verdad. Es la mujer que te explica cómo llegar a ese lugar que nunca encuentras, ese lugar que no existe pero que buscas cada día. Es el conocido, del que nunca esperaste nada, que te regala por sorpresa un libro que no podías comprar, o aquella noche en que necesitabas compañía y una amiga se bebió un par de ginebras contigo, y eso que no quería, y te hizo reír mientras sonaba Purple Haze de Jimi Hendrix en una covacha en mitad de ningún sitio y soportó tus majaderías como quien te ofrece un salvavidas antes de que cierren la noche.

Este puede ser el peor de los mundos, la pura putrefacción transformada en espectáculo, pero aún veo ese enjambre de milagros cotidianos y de gente que arde porque reconoce su propia debilidad, su pura tontería, aquellos que saben estar en desacuerdo, que se quitan la razón a carcajadas, los que aún sienten que la piel guarda la memoria de los muertos, los que se fumaron su vanidad en las esquinas, tipos que no tienen miedo al ridículo, caterva de desquiciados que no van a ninguna parte, gente como tú, desnortados y ebrios, porque no existe camino ni meta, porque solo deambulamos en mitad de la niebla.


 Imagen: Marie Šechtlová

No hay comentarios:

Publicar un comentario