Una vez al año




Han caído otra vez sobre la ceniza, y el humo ha regresado, adensándose, a la boca. Están todos allí, un año más. Un espantapájaros con traje de fiesta salta desde las botellas de vino y se sumerge en un sol que escupe sobre las paredes blancas de la vieja casona. Tres mamíferos se agaritan en una esquina y esperan. Un par de lechuzas abren los ojos y mascullan con una cerveza en la mano, ofreciendo media sonrisa maquillada. 

Son los primeros días y el aire aún circula. Se festeja nada, pero es una nada suficiente.

Luego los días van estrechando los pasillos, robando oxígeno y fermentando el desacuerdo, tan gustoso.

Ninguno ignora el ritual de estos encuentros, todas sus minucias y roedores, como no ignoran los detalles repetidos: el mantel blanco de cada año y sus islotes quemados, los desconchones de las paredes nunca reparados, la dulce gangrena de los armarios o el estertor de las sillas. Saben que están condenados a ascender por la espalda de unos recuerdos comunes, manoseados o falsos, condenados a saludarse en indiferencia, a curiosear ruinas en la mirada del otro, todo para conseguir atravesar el sopor de un verano que estalla en los aleros y se disgrega en diminutas pesadillas.

Los días son allí escamas repetidas en el cadáver de un pez aún luminoso. Apenas son burbujas lo que dicen, sonsonetes. La lengua se desliza y pronuncia. Mascullan un plan, proponen una huida o ronzan por la gran casa como espectros.

Hay que salvarse pronto y algunos proponen juegos. Es lo mejor: jugar y sin por qué. Otros prefieren tratar el día a puntapiés o dormitar. Pero la mayoría van encapsulados en su sermón, o al tráfico perpetuo y exclusivo con su pareja. Son cuerpos en órbitas irregulares pero predecibles.

Las tardes se multiplican y traman sus espejos y sus desfiladeros de humo. Acuden a la imaginación, pero sin pólvora. A veces amagan sarcasmos, calentados desde el amanecer alrededor de una mesa ovalada. 

Cuando llega la hora de marchar el silencio ya les trepa por el cuerpo como una enredadera. 


Imagen: William Eggleston

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