Diecisiete
pasos. Solo eso. Diecisiete pasos cortos puedo dar por mi casa sin
tener que darme la vuelta. Es un gran viaje en verdad, una dilatada
expedición. Solo es necesario hacerse pequeño, volverse un ser
diminuto y un poco insecto. Lo estoy consiguiendo sin esfuerzo.
Cualquier bombilla es ahora un mediodía.
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Para
sobrevivir al confinamiento hay que engañarse con alegría, sin
pudor, a bocajarro. Engañarse hasta el final y sin temor. Para
sobrevivir a esto hay que negar la realidad, evitar la información y
lanzarse de cabeza a la piscina de los ensueños y los espejismos. En
el desayuno hay que sentirse otro, olvidarse de uno mismo,
abandonarse a la ficción. En el almuerzo no hay solo que sentirse
otro, hay que serlo. Lo importante es que cuando llegue la cena nadie
sepa quién eres.
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La
debilidad de una sociedad es como el cuerpo moribundo que atrae a los
carroñeros. Es lo que hoy sucede con países como el nuestro, tan
debilitado. Los peores, me temo, no vienen de fuera, sino que están
aquí, entre nosotros, esperando la caída.
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No escribo para demostrar nada, sino para reírme de mi
desorientación.
*
Además
de lavarse las manos hay que lavarse la conciencia. La norma es que
no quede nada ahí dentro. Cualquier antiguo error, cualquier
vergüenza o remordimiento deben ser exterminados. Hay que dejar la
conciencia como recién nacida.
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Tipos
que atraviesan una calle, cabizbajos, apresurados y culpables, con
una bolsa en la mano. Cualquier pusilánime tiene estos días el
aspecto de un criminal.
*
Después
de seis semanas de confinamiento los mundos interiores se están
llenando de desconocidos.
Sigue escribiendo Bruno, en la contraparte de tu pantalla hay ojos que te leen y pies que caminan
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