A
los perpetuos felices, tan alegres ahora con este encierro, les
sugiero que no salgan nunca más, que no vuelvan a la calle, que no
cometan el error de la intemperie. Les propongo que crezcan hacia
dentro y se queden en su cápsula. Cada uno tiene derecho a elegir su
propio ataúd.
*
Hay
algo aún más peligroso que la esperanza estos
días: creerse
invulnerable.
*
Nunca
antes pude escuchar a los pájaros desde mi casa
como esta tarde, con esa claridad desnuda. Por
la noche me
esperaba un silencio antiguo e
interminable y
una brisa que olía a monte, aquí, en mitad del suburbio.
*
Bolsonaro
habla sin descanso de Dios, quizá porque
será el único
que mañana lo perdone.
*
El
diario La Repubblica informa que en África se están
repitiendo escenas de racismo contra los blancos, a los que señalan
como introductores del virus en sus países. Hace semanas eran los
asiáticos en España los que sufrían ese racismo. Luego fueron los
españoles en algunos países de América los apestados. El pánico
es un fabuloso acelerador de la estupidez humana.
*
Uno
de mis vecinos sube a su pequeña azotea y da vueltas y vueltas como
un preso en su patio. Nunca alza la vista, nunca se distrae. Lleva una
sudadera con capucha y de vez en cuando hace como un boxeador que
pelea contra un rival fantasma. Ahora un directo de derecha, luego un
gancho inesperado, después una rápida combinación. Pronto
comprende que su fantasma está intacto a pesar de los
golpes. Las
grandes peleas están repletas
de rivales
imaginarios.
*
La rutina del preso tiene algo a la vez patológico y medicinal. Más
allá de ella uno se abandona a sí mismo, se retuerce en su propio
hueco como un reptil. Quisiera huir, pero no hay escapatoria.
Desconocerse no es suficiente. Hay que elegir una falsa esperanza
adictiva, un engaño sofisticado, una mendicidad, y luego dejarse
llevar.
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