Arenas movedizas

 

 



Me pregunta una amiga qué tal va mi vida más allá de la literatura, y no sé qué responder, porque mi vida más allá de la literatura es como la de un insecto. Quizá menos.

Al final le digo que me muevo entre el oleaje de la supervivencia y las rocas de la depresión, pero que la ironía siempre acude en mi ayuda en forma de salvavidas. ¿Cómo podrá alguien sobrevivir en este mundo sin desentenderse de sí mismo, sin olvidarse de lo que es, sin desconocerse? ¿Cómo no acudir desesperadamente a reírse de ese tipo que te mira cada mañana desde el espejo? ¿Qué magnitud debe tener el orgullo de quienes no observan su propia torpeza, su indignidad? ¿Cómo será convivir cada día con una confianza de acero inoxidable? ¿Qué dimensiones tendrá la fachenda de los que nunca dudan de su discurso?

Le confieso a mi amiga que sigo impartiendo talleres y haciendo colaboraciones, porque los alumnos son piadosos conmigo y quizá hayan formado una especie de comunidad protectora para escritores en peligro de extinción. Le comento que leo y escribo como un adicto, pero sin atributos místicos.

Hace poco un amigo me confesaba que hablar conmigo era como caminar por arenas movedizas. Le agradecí la definición. Él intentó justificarse: es que siempre te rebates a ti mismo.  Esas arenas movedizas no son una definición muy precisa de mi charla, pero sí de mi vida.

Es cierto que hay días en los que me veo como un loco que descifra emblemas sin descanso, alguien que cree escribir manuales en idiomas imaginarios, códices serafinianos para lectores imposibles, y otros días en que comprendo que apenas soy un puro enfermo que no sabe cómo escapar de su patología.

Lo único cierto es que visto desde fuera solo soy alguien que da un poco de risa.

 

                                      Imagen: fragmento del Codex Seraphinianus

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