Ese humo que sonríe

Imagen: Michael Ging



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El ridículo es una medicina, y todos deberíamos ponernos en ridículo de vez en cuando o hacer el ridículo un buen rato, por fastidiar más que nada. Aunque no es lo mismo ponerse que hacerlo. Ponerse en ridículo implica cierto victimismo, cierto metaridículo (lo digo así para ponerme yo también), como si uno fuera demasiado consciente de su vergüenza pública. Mientras que hacer el ridículo puede ser un acto de ingenuidad, de carácter o de genuina torpeza.

Hacer el ridículo es una medicina y una catarsis. Una persona que ha hecho el ridículo ya puede disponerse a trabajar, puede comer descansado y saludar a sus semejantes. Puede incluso ponerse a escribir poesía, que según Gombrowicz es lo más cerca que puede estar un ser humano del ridículo y del descrédito.

Nadie peor, nadie más ridículo que aquella persona tan empingorotada que nunca ha hecho el ridículo. Con estas personas ocurre algo parecido a lo que afirmaba Nietzsche sobre la paradoja de los humildes. El que se jacta de ser humilde –venía a decir el bigotudo Zaratustra–, se jacta de su virtud, y por tanto es un orgulloso insoportable.

Es decir, alguien que va de serio, que se cree honesto y bueno y humilde, y por creerse todo eso no hace nunca el ridículo. No existe mayor caricatura que una persona perpetuamente seria.

Pienso en los políticos, en sus amaneradas formas, en su retórica gelatinosa, en su incapacidad para entender al rival, para aceptar un fracaso públicamente, para dimitir.

Pienso en los fanáticos religiosos, en su incapacidad para dudar, en su manera de contradecirse, de torturar y asesinar en nombre de la Verdad.

Son pocos los que desconocen que el mundo es un vasto circo, y que muy pronto hay que elegir un papel, un ridículo. ¿Quieres ser el domador eslavo, la contorsionista de ojos rasgados, el payaso Fidelio, el malabarista checo, el mago que hace desaparecer a su diminuta ayudante o la trapecista?

Pero el ridículo también tiene otra cara, la del que se atreve, la del temerario. A veces hay que hacer el ridículo para decir lo que se piensa. Y ahí ya rozamos con el farsante y con el loco, que son sinónimos naturales del escritor.

En un memorable artículo lo explicaba Charles Simic: “No puedo imaginar una sociedad más horrible que aquella donde la risa y la poesía estén prohibidas, donde la insana enajenación de los ricos y los poderosos, así como las hipocresías de los clérigos y los políticos, pasen inadvertidas. En el mundo en que vivimos, la mayor parte de la energía intelectual se gasta protegiendo del ridículo a aquellos que proclaman la verdad eterna.”

Bendito sea Simic y su sonrisa, y ese artículo titulado “Corta la comedia”, que uno leyó en la revista Letras Libres.

Esa es una de las labores esenciales de este juego al que llamamos literatura: no proteger del ridículo a nadie, tampoco a nosotros mismos, tampoco a nuestros amigos o al lector.


Imagen: Ivana Lagartija


Ayer, leyendo la minuciosa y repetitiva biografía que Edmund Williamson le dedica a Borges (Borges. Una vida, se titula), encontré estas palabras que el autor argentino escribió sobre la pasividad y la connivencia de muchos intelectuales durante el peronismo: “¡Tantas atroces y sonrientes efigies, y ni una sola caricatura; tantos interesados panegíricos y ni una sola sátira!

Pronto nos iremos y no quedará nada de nosotros. El juego se está acabando, ¿no lo ves? Dejemos al menos un poco de ironía en el aire, mostremos el ridículo tenaz de este baile de salón donde la vanidad y el poder se pisan sin pudor, se trastabillan y caen. Y luego, fíjate bien, esos dos monigotes se arrastran en busca de algo (una bandera, unos billetes, un Dios verdadero y opresivo), algo que nosotros debemos prender antes de que lleguen ellos, para que arda con placer y muy pronto sea humo.

Ese humo que sonríe en el aire es todo a lo que podemos aspirar.

6 comentarios:

  1. Realmente increíble tu entrada,tengo prisa (de la que mata)entro cuando vuelva, repito preciosa, insoportable también.Vuelvo después.
    saludos!

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  2. Bruno,qué excelentes ilustraciones,vuelvo después por dios,jajaja.

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  3. Buffffffffffff,eres una cajita de sorpresas,no me di cuenta de los artistas linkeados,y el estudio,fantástico rodeado de ese jardín de hojarasca,ah amigo,qué placer me produjo ver la intimidad de tus horas,mañana empiezo a bucear por aquí,eres un dechado de virtudes,jajaja,o yo muy generosa,creo que va a ser lo primero.
    Un abrazo!

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  4. Es una buena perspectiva esa de entender el humor como una forma de actividad política, de crítica de la realidad.
    Está muy está entrada, Bruno, especialmente el final, eso de incendiar el dinero y la verdad antes de que lleguen las serpientes. Hay que hacer humo, porque todo eso es humo.

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  5. Un texto dichoso y fino.

    Me encanta tu habilidad para cerrar el post. Contundente y a la vez lírico.

    Saludos, maestro.

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  6. Totalmente de acuerdo con tu apreciación de ridículo y tal vez del humor como opción casi política, frente a la imposible e impostada postura de los que están dispuestos a no hacerlo nunca.

    No estoy tan de acuerdo con lo que dices sobre el uso de la ironía, cuyo abuso siempre me parece sospechoso. Cuando menos, suele parecerme un escudo protector para no asumir las consecuencias de lo que se dice; una forma, en el fondo, de intentar evitar el ridículo que puede suponer decir lo que se piensa completamente en serio. Una manera de saltar con red.
    Saludos.

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